Y cuanto más me esforzaba por acordarme de cómo te llamabas, y las letras de tu nombre andaban desaparecidas por el sumidero de mi cabeza, con más claridad te veía.
No es verdad que los nombres son el alma de las cosas, pues sin tu nombre, más me deleitaba yo con tu presencia. Las letras de tu nombre eran precisamente las que me impedían encontrarte. Palabras estorbo y trampa, nube, cortina y humo.
Y fue entonces cuando por fin me acordé como te llamabas. Cogí una a una las letras de tu nombre y las arranqué de la tapadera de tu cuerpo para disfrutarte realmente cual eras.
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