jueves, 13 de mayo de 2021

Los fantasmas del sueño



Me levanto muy cansado. Intento rescatar los pormenores del sueño, pero no lo consigo. Sólo encuentro su amargura, esa huella de dolor congénito que me tira de la cama antes de tiempo. Y no saber el motivo de mi desazón me duele mucho más que la herida a traición del navajazo del sueño que aún llevo dentro. Tal vez el mal sueño lo tuvieron mis antepasados, al ver en la morera recién podada al gran dragón de las siete cabezas y diez cuernos de su apocalipsis atávico.

Procuro despejarme, librarme de esta triste sensación, apearme de los caballos del hambre, del virus, de la violencia, de los casi cuatro millones de parados de la última encuesta del Instituto de Nacional Estadística, de la mala política, de la niña que según Kafka perdió su muñeca... Salgo al huerto para endulzar la desconocida pena con el azahar de los naranjos, el aroma de la yerbaluisa, el rojo pasión del albaricoquero.

Y antes de que el sol se levante por la copa del laurel, en una de las frondosas ramas de este acendrado árbol, escucho el jolgorio de una pareja de gorriones dándose escandalosamente el pico. El alba viste de rosa tenue, y apadrina en calma sonriente la escena. Y en el solemne silencio del amanecer, caja de resonancia de este nupcial gorjeo, tálamo acogedor de un aleteo interminable, descubro, en medio de los temblores arborescentes, a los fantasmas del sueño salir corriendo.

Mi sueño ha desaparecido, pero sus estragos siguen ahí. Aquel que dijo que la poesía salvaría al mundo de su desesperación mintió como un bellaco.

 


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