martes, 18 de mayo de 2021

Con un par




Por la manera de vestir, podrán saber quién eres y hasta descubrir tus cromosomas ocultos, incluso por ti ignorados –comenta el modisto.

La clienta, mirándose bien en el espejo, añade:
Hoy se ven por la calle personas luciendo costosas telas de armiño. Nadie por su elegancia acertaría que van sobrados o escasos de lo que presumen. No creas que por embellecer mis carnes con sensuales picardías voy a caer mejor a mi marido. Él no me quiere por mis encajes íntimos, por llevar el pelo suelto o recogido, sino por la piel de mi alma asexuada, que según él, huele a cabello de ángel berniniano. Yo misma en mi infancia vestí plumas y harapos. Y no por ello dejé de ser yo misma, o yo mismo, que no sé lo que me digo. Que aunque Abascal peine coleta o rastas, o se ponga un tricornio o una mitra por montera, dejará de ser el más ultramontano de los politicastros.
No siempre ocurrió así –dice el sastre midiendo con suma delicadeza la estilizada cintura de la señora. El modisto deja ahora el metro y las tijeras, y se dispone tranquilamente a contar lo que sigue a su clienta:
Estaba yo en Italia, en tiempos muy oscuros. Recuerdo que era crudo invierno, nevaba en la Plaza de san Pedro. Me había desplazado a Roma a estudiar Diseño de Alta Costura en la Nuova Accademia di Belle Arti. Muy pronto me quedé sin un céntimo y sin el sueño de ser el mejor couturier de Europa. Soñar y ser pobre no es posible al mismo tiempo, al menos de tejas para abajo.

Luego  de hacer una pausa para concentrar su memoria en años tan remotos, el modisto prosigue con su relato:

Estaba muerto de frío. Entré en el Vaticano. Del vestíbulo de la sacristía cogí para abrigarme una túnica que al parecer perteneció a la Papisa Juana. Al salir de la basílica, unos señores vestidos de negro me llevaron a la fuerza al puesto de policía más cercano. Por mi vestimenta me confundieron con Juan VIII, aquella mujer valiente que, allá por el siglo noveno de nuestra era, ocultando su identidad, lograra ser, en contra de lo establecido, Pontífice Supremo de la Iglesia Católica. Allí mismo, un señor con cara de sexador de pollos me obligó a desnudarme de arriba abajo. Quería saber si yo era hombre o mujer. "Para ser Papa, -según él mismo me dijo-, debía tener un par”. Luego de explorar manualmente mis atributos, delante de sus compañeros cardenales exclamó, cual juez que declara inocente al más habilidoso estafador: “duos habet et bene pendentes”, que traducido quiere decir: "tiene dos y le cuelgan bien".


No hay comentarios:

Publicar un comentario