domingo, 9 de mayo de 2021

La sonrisa de tus ojos



Cincuenta años sin vernos emborronó en mi mente tu figura. Pero tu voz y tu manera de mirar me dejaron muy claro de quién se trataba. El sonido y la mirada son categorías que la memoria no olvida fácilmente. Lo invisible y lo etéreo es más resistente al derribo y a la desaparición, que lo físico y lo corpóreo. La firmeza de lo inmaterial. Basta entonar a un enfermo de alzhéimer la intangible canción preferida de su juventud dormida para que las neuronas atrofiadas del conocimiento despierten de nuevo.

Y viene muy bien al caso esta consideración, llamemos espiritista, (aunque no sea muy de mi agrado el término), a lo que pretendo decir: que lo inmaterial se afianza con más fuerza que el más estructural, deslumbrante y bello cuerpo habido o por haber.

Supe que eras tú, no por tus hermosos ojos negros, sino por la fuerte mirada que de ellos fluía. Era el mismo mar inmaculado en el que durante mi adolescencia, confiado me bañé cada día.
 
Eran tiempos de pandemia, Todos llevábamos mascarillas. No era fácil saber quien era quien. Nuestro encuentro tuvo lugar en un velatorio. No sé qué es lo que tendrán estos espacios cargados de un cierto ritual atávico que avivan mi interés por el hermanamiento tribal al que me agarro como un desvalido, me ponen por su nostalgia entre lo poético y la filosofía. Cuando los demás se mueren, parece nacer en mí una cierta preocupación científico-romántica por el sentido de la vida. La filosofía y la poesía, aun en contra del parecer de Platón, que las consideraba enemigas, tienen en común muchas cosas. Como los amores: cuanto más distanciados, más avenidos.

Nos saludamos. No porque nos reconociéramos, sino por educación. Yo, más olvidadizo, pues no supe que eras tú, hasta que la musicalidad de tu acento no despertó en mí nuestra vieja amistad de instituto. Recuerdo que me dijiste: ¡Ay que ver!, los recuerdos no envejecen, se mantienen tal cual en su momento los vivimos. Te reconocí por la voz, pero fue la sonrisa de tus ojos la que más claro me lo dijo.

Luego hablamos de lo que había sido de nuestras vidas desde que dejamos de mirarnos. Nuestros cuerpos ya no sentían lo mismo el uno por el otro, pero la sonrisa de tus ojos, el espejo donde yo me miraba a todas horas, seguía siendo la misma. Viva y fresca permanecía como antaño. Los recuerdos no mueren.

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