viernes, 9 de abril de 2021

El amor no es la panacea



Hacía tan sólo media hora que el espejo en calma del mar iluminaba, embellecía su cara. El canto de la brisa reverberaba de miel su piel de amor mojada… Solitaria una palmera protegía su cuerpo desnudo sobre el oro encendido de la arena. Todo era placer. Nada enturbiaba el horizonte. Dos gaviotas sonreían cómplices desde el faro las caricias de la joven pareja acaramelada.

No otra cosa desean los amantes, sino seguir queriéndose siempre como lo hacen ahora. Ella, loca de amor, se mete, atrevida y confiada, en el mar. Olvida que no sabe nadar. El amor no suple la ignorancia. Suave el agua lame de abajo arriba cada rincón de su hermoso cuerpo. Ella, agradecida inclina su cabeza. Se mete toda entera bajo el agua. La joven se deja llevar por su ardiente locura, se sumerge en el rincón más profundo de sí misma, esa bodega de la que hablaba la mística abulense: Metióme el Rey en la bodega del vino… para que allí sin más tasa pueda salir rica.

Apenas hacía tan sólo un instante, la muchacha tumbada era feliz en la playa. Exultante, decía al joven: El amor lo puede todo. Él, cauto, o tal vez más esperanzador, añadía: El amor lo mismo mata que resucita.

Ella creía que el amor la salvaría. Pero sus brazos no le responden, su respiración se descontrola. El amor no es la panacea. La muchacha hace un último esfuerzo. Intenta apurar el oxígeno de la bombona vacía de sus pulmones. Pierde el sentido. Se rebela con todas sus fuerzas contra lo que parece su final:

¿Encerrarme en mí misma como ese horripilante gusano que ávido y estúpido construye su casa para morir en ella? ¿Tirar por la borda los mil y un besos que aún me quedan por dar a mi chico? ¡No! ¿Acabar antes de tiempo, recrearme tontamente en la nostalgia de un ayer todavía iniciado? ¿Ahogarme? teniendo sólo veinte años y estando enamorada… ¡ni hablar!
La joven, ajena ya a la transitoriedad del tiempo, se detiene en su última escena vivida. Momento único en el que, traspasado el túnel, se ve abrazada eternamente al agua, convertida en pez, en estrella, en nada… fundiéndose con el azul del cielo de un joven valiente que la sujeta fuerte del brazo sacándola a la superficie.

Cuando vinieron los de Protección Civil, multitud de curiosos rodeaban a la accidentada. Las dos gaviotas que desde el faro contemplaban la movida, no pudieron ver si la muchacha aún respiraba.

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