lunes, 26 de abril de 2021

A través del espejo



La conocí a través de los cristales del bus 24. Nunca le miré a los ojos, no fuera que saliera corriendo, como quien huye de un escarabajo, espantada al verme. Pienso que si alguna vez hubiese tenido el valor de mirarla directamente a la cara, no me hubiese enamorado tan locamente de ella.

Todas las mañanas cogía puntualmente el autobús que me dejaba en la plaza Circular, cerca de la droguería, que hacía esquina con el colegio de los capuchinos, donde yo trabajaba como dependiente. Y, allí, ya estaba ella, sentada frente a la ventanilla, al igual que lo hace el alba nada más despuntar el día para saber de su celestial blancura. Mis ojos enseguida encontraban y besaban su reflejo como la brisa agradecida al caer la tarde. Llevábamos ya más de un año coincidiendo en aquella entrañable y especular situación. Ella, sin pestañear, para que aquel embrujo no desapareciera. Su hermoso rostro, inmóvil, reflejado en aquel bienaventurado espejo; yo, de pie, en el pasillo, agarrado a la barra del techo del autobús, sin decirnos nada, sin apartar nuestra vista de nuestro mutuo resplandor que se proyectaba ávido en la ventanilla. Ella parecía contemplar el exterior; pero no. Lo sé porque mis ojos estaban atados a los suyos, cómplices e intencionados, en un mismo punto de apoyo. Ella también evitaba mirarme de frente. Lo hacía como yo, también a través del cristal de una de las ventanillas del urbano. Y más verdad era mi velado deseo por ella, que si la mirara de frente, directamente y sin intermediación alguna. Si ella aparentaba indiferencia, (me decía yo), era para disimular, tímida, tanto ardor hacia mí. Por la carga de sus ojos yo no dudaba que su admiración era tan fuerte como la mía. Y así es como estuve casi un año perdidamente prendado de la bella apariencia de aquella muchacha.

Hasta que un día, al bajar del autobús, no pude contenerme. Me volví para mirarla directamente a la cara y decirle que la quería a rabiar. Me quedé sin poder articular palabra, completamente descorazonado, desvanecido para el resto de mis días. Lo que yo vi en aquella ventanilla fue el cartel de publicidad de una bella mujer estampada en el cristal que anunciaba una famosa marca de crema para el embellecimiento de la piel.

 

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