miércoles, 3 de marzo de 2021

Mímesis




Mejor llamar a las cosas por su nombre y no tener que inventarnos identidades vicarias y supuestas. Tampoco, palabrejas raras para inflar una realidad de por sí hermosa.

Quise jugar con aquel niño y cambiarle su nombre. Lo llamaba como no se llamaba. Cabreado, él protestaba. ¡No! Ese no soy yo. Y volvía a llamarle de nuevo con otro nombre que tampoco era el suyo. Le decía que estos nuevos nombres que intentaba ponerle eran incluso más bonitos, sonaban, se ajustaban mejor a su bondad y manera de ser. El niño tal vez sintiese que mi boca destripadora quería despojar, absolver, engullir, su cuerpo tal como había visto hacer a una madre hámster con su ratoncito indefenso. El niño se enfadó tanto que se puso a llorar a cántaros.

Ni que decir tiene que yo en ningún momento quise incordiar al niño. Mi propósito era que el pequeño se sintiera mejor, como quien siendo pobre y harapiento estrena un traje nuevo.

La cara del niño presentaba un aspecto desagradable como el patito feo del cuento de Andersen. No tanto su cara, sino su piel, su aspecto externo, sólo su orografía. Por dentro estaba lleno de sorpresas, como aquella perla de Steinbeck escondida en el fondo del mar. A pesar de tener el niño todo el rostro salpicado de costras, espinillas y picaduras de viruela, su mirada brillaba, lucía transparente, reflejaba como el agua clara su inocencia. Pero para ello tendría yo que mirarlo con otros ojos que no tengo.

El niño, a diferencia de mi orgullo y aires de grandeza, se veía bien a sí mismo. Yo para ser yo, había ocasiones que me disfrazaba, imitaba a aquellos a lo que quería parecerme. Me mentía. El niño al contrario, si dejaba de llamarse como se llamaba, se sentiría perdido y no querido, abandonado, incluso de sí mismo. Su ética, aún no manchada por la edad, no le permitía engañarse a sí mismo. Autenticidad en estado puro. Yo en cambio me avergonzaba hasta de mi sombra.

No contento con la realidad del niño, yo intentaba modificar, esculpir, pintar, adornar, escribir, nombrar su condición con abalorios añadidos a su propia hechura. El niño tenía toda la cara pintada de viruela. Su rostro desfigurado era la miniatura de un cráter lunar erosionado. De ahí mi manía de querer cambiar su nombre por otros, como sol brillante, luna nueva, fuente clara… Para que el pequeño no sufriera.

Más sufría yo viendo al niño, que él contemplándose desnudo a pleno día sin pudor alguno. Si el niño una mañana amaneciera y descubriera en el espejo un rostro que no fuera el suyo, por muy bello que este fuera, sin su propio nombre, se moriría.

1 comentario:

  1. Siempre queriendo cambiar todo a nuestro gusto, y el de los demás?

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