viernes, 5 de marzo de 2021

Julio Cortázar y Ernesto Cardenal


Dios me libre de ser yo el loquero de Julio Cortázar. Tampoco, de cualquier otro escritor, ni tan siquiera de Kafka. Que cada cual va sobrado con su particular terapia. De mentes angustiadas nacieron grandes obras. Y así, gracias al exorcismo de sus creaciones, muchos artistas se ven libres de sus demonios meridianos.

Después de leer el relato desconcertante y contrapuesto de Cortázar Apocalipsis de Solentiname, veo como el de Rayuela, a partir de una experiencia autobiográfica, ricamente contada entre encuentros y abrazos de poetas y de amigos, místicos y revolucionarios, políticos y diplomáticos, (Sergio Ramírez, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Martínez de la Riva…), pasa de repente a un dantesco desenlace histórico-fatalista.

Cortázar, en su visita, allá por el año 1976, a la comunidad de Solentiname, refugio y vivero de artistas, escritores, defensores de la justicia, teólogos de la liberación, cristianos de base, impresionado por unas pinturas que descubre en un rincón, hechas por los mismos campesinos para sufragar sus gastos, decide fotografiarlas:
… todas tan hermosas…vaquitas enanas en prados de amapola, la choza de azúcar donde va saliendo la gente como hormigas; el caballo de ojos verdes contra un fondo de cañaverales, el bautismo en una iglesia que no cree en la perspectiva y se trepa o se cae sobre sí misma, el lago con botecitos como zapatos y en último plano un pez enorme que ríe con labios de color turquesa.
Luego, Cortázar vuelve a París. Revela el carrete; y ya en su apartamento de Montparnasse se dispone cómodamente a ver las fotos a través de un proyector. Pero no comprende lo que ve. No son vaquitas, ni prados de amapolas, ni chozas de azúcar, ni cañaverales, son fotos de miedo y muerte: un muchacho con un agujero de pistola en la frente, un fondo confuso de casas y de árboles, cuerpos tendidos boca arriba, contra un cielo desnudo y gris, ráfagas de caras ensangrentadas y pedazos de cuerpos…

El escritor se encuentra dividido y cuestionado por la belleza de aquellas pinturas intensas, llenas de fantasía y deseos de libertad, que fotografió allá en Nicaragua, frente al realismo de la represión somocista que ahora aparece secuenciada en su pantalla. El arte y la historia enfrentados a muerte. Todo un sinsentido. Una locura, una equivocación. Cortázar se refugia en el baño. Llora, vomita. No resiste horror tan espeluznante. ¿Cómo fotos tan bellas, bucólicas, de colores tan vivos y esperanzadores, misteriosamente han podido convertirse en un infierno de escenas trágicas y apocalípticas?

La parte escondida del iceberg de la sensibilidad y conciencia del escritor sale a flote. Tal vez por ello, Cortázar, nada más empezar el cuento, conmovido por la amistad de Ernesto Cardenal y también por el entusiasmo revolucionario que ha visto en Solentiname por cambiar las estructuras represoras de una Nicaragua tan violentamente dulce, se pregunte apesadumbrado: ¿te parece que el escritor tiene que estar comprometido?

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