jueves, 25 de febrero de 2021

El Palacio de la Música


John Kennedy Toole, el autor de La conjura de los necios, recurría a la música para huir de sus fantasmas. No pudo ser. Se suicidó antes de ver publicada su obra.

Francisco Umbral dice que la música no huele. Tal vez el de Mortal y rosa quiso fustigar nuestras orejas con sus ironías y provocaciones, no exentas por ello de lirismo. 

La música ha sido para unos, caldo de gestación. Antes de nacer ya escuchaban en la barriga de sus madres a Mozart y Vivaldi. Stephen King mientras escribe tiene por costumbre escuchar algún clásico del heavy metal. Otros quieren ser amortajados deleitando su sedado tránsito violáceo con el vuelo fúnebre de campanas, estallidos de cañones o con el celeste tañido de las arpas imperiales. Tienen dicho a sus feudos que en sus exequias hagan sonar los dulces violines de plata de arcángeles y querubines. Hasta Paul Dones, el de Jarabe de palo, recientemente nos ha conmovido a todos cantándose a sí mismo, en su despedida última, la canción de Antonio Vega El sitio de mi recreo:
Silencio, brisa y cordura
Dan aliento a mi locura
Hay nieve, hay fuego, hay deseo
Ahí donde me recreo
.
Conozco yo a una maestra que tuvo de alumno un niño con problemas. Su madre lo llevaba al aula protegiendo su cabeza con un casco de motorista. Su manía era darse cabezazos contra cualquier cosa hasta sangrarse. La tutora, un hada buena, tuvo el acierto de elegir como compañero de clase para este niño un canario timbrado, de cantar alegre y fraguado. El niño, al oír el canto trinado y circular del pájaro, dejó de darse coscorrones.

Yo diría que casi todo el mundo, en su fuero interno, alguna vez ha pensado en la música preferida que encienda de un blanco confortable el tránsito desolado de su barca hacia la póstuma orilla del río del Olvido, ese umbral desconocido o túnel telúrico y ceniciento.

Otros, en cambio disparamos nuestra incendiaria rabia contra el templo de la Música, rompemos sus cristales modernistas y armoniosos para no escuchar el aroma de sus ventanales en pro de la concordia. Preferimos seguir atrapados, ensordecidos en un mundo absurdo de ruidos, controversias y mentiras.

El infierno en llamas no es otra cosa que esa fila trece, que decía Cortázar, donde hay una especie de pozo de aire donde no entra la música.



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