martes, 2 de febrero de 2021

Como cortezas de la naranja

 



Las letras unas veces son sabrosas, otras infumables. A su aire van de aquí para allá, sentando bien a unos, disgustando a otros. Son libres. Pero quien las escribe condicionado está por el trazo congénito de sus grafías mal nacidas, enfrentadas, culturales momentáneas, temperamentales.

El escritor dice: soy lo que escribo. Pero él sabe que miente. Unas veces es el que no quiere ser y, otras, se cree superior a sí mismo. Y cuando consigue ser él… sus palabras no le acompañan. Las palabras del escritor siempre apuntan a otra cosa. El escritor falla más que una escopeta de feria. Por la mañana, es más verso que prosa; al mediodía, de la razón es su prisionero; por la tarde, las nubes son sus alas separadas de su cuerpo. De noche se acuesta enamorado, pero al despertar se extraña de estar junto a la mujer equivocada.

Tampoco es deseo del que escribe ser siempre como el murallón del puerto, inconmovible ante un mar atormentado, o cerrado al bello y calmo atardecer rojo y rasgado por los vientos. Que es de carne y hueso, y en el invierno se enciende, y en el calor se arrebata. Es impredecible, vulnerable. Hoy amarillo y tierno, de su Angélica, prendado, y, mañana, bermellón y airado, enemigo de su amada, como el Orlando de Ariosto, unas veces furioso y otras, enamorado. 

Y así, según beba de esta fuente o de aquella, será desgraciado o dichoso, siempre arrastrado por las circunstancias, por el medio mediatizado. 

Para acabar luego huérfano de sus propias letras, como las cortezas de la naranja, puestas a secar para el fuego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario