También hubo otros. Lord Byron y sus relaciones incestuosas. El Celine pro nazi. Rousseau abandona a sus hijos. Escritores defraudadores al fisco. Escritores suicidas, asesinos. Las infidelidades conyugales de Sartre. El sadomasoquismo de Joyce. Los hijos bastardos de Shakespeare... La profesión no exonera del mal a los maestros de la escritura.
La ética y la estética, no es que estén reñidas, sino que cada una de estas dos categorías tiene su propio campo y finalidad. Pero los lectores tendemos a meter en el mismo saco el esplendor literario de nuestro autor preferido y la catadura de su moral. Y si acaso unos, los más ortodoxos, se rasgan las vestiduras y se oponen a la consagración de las obras literarias de aquellos autores que con su vida particular transgredieron el orden moral constituido, vienen otros, como García Escudero, el director del Cervantes, a defender a Biedma:
Cuando aprendamos a amarnos a nosotros mismos lejos del fango, a estar orgullosos de poetas como Jaime, dejaremos sin voz a muchos demonios de tres al cuarto. No conviene sacar los hechos de su contexto, sino aprender hacia el futuro de las desigualdades del pasado. Jaime fue una persona decente.
No es lo mismo leer un libro que está premiado y leer ese mismo libro, sabiendo que su autor es un pervertido. Y así los lectores al no distinguir entre la vida y la obra de nuestro autor preferido, al enterarnos de sus escándalos, nos llevamos las manos a la cabeza. El eterno debate. Ética versus Estética.
Pero, yo por más que me caiga mal un escritor, ya sea imperialista o nietzscheano, revisionista o conservador, gay o un putero, si su lectura me agrada, no por ello dejaré de leerlo.
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