jueves, 28 de enero de 2021

Intertextualidad




Casualidad, plagio, suplantación de identidad… ¿o mera coincidencia…?

Hoy leyendo un poema de José Bergamín, me he quedado de piedra. Nada de este escritor de la generación del 27 había leído yo hasta hoy. ¡Y se parecen tanto sus versos a unos que yo escribí hace más de veinte años…! Y me miro por ver si son suyas mis manos, si son suyos sus ojos y mi cara, o tal vez sean mis letras las que un día de sol y aforismo el autor de El cohete y la estrella escribiera. Y en esta columna ut infra traigo las dos composiciones: gozosamente la de Bergamín (la de la izquierda), y modestamente la mía (la de la derecha). Son como dos gotas de agua.

No quiero, cuando me muera,                      No me esperéis, oh cielos,
nada con el otro mundo:                               luego cuando yo muera.
quiero quedarme en la tierra.                       Juro no ir a veros
Quedarme sólo en la tierra                           aunque tal vez quisiera.
sin paraíso ni infierno                                  No habrá dios que me muera.
ni purgatorio siquiera.                                  Pienso quedarme quieto.
Quedarme como se quedan,                         firme pisando tierra,
sobre el suelo humedecido                          ver como en el majuelo
del bosque, las hojas muertas                      crece la sementera.

Es como si en el fondo de cada individuo habitara una memoria colectiva, un mismo sentimiento, una misma idea que pasa como genoma invisible de unos a otros. Y esta fuerza nos hermana a todos, físicamente nos globaliza, sin que por ello debamos ser conscientes de su transmisión y existencia. Y así equivocadamente damos por nuestro lo que por naturaleza es de todos. No hablo de cosas raras ni del misterioso azar.

Que no sólo escribió El Quijote, Cervantes. También, Avellaneda. Y la Divina Comedia, aun siendo de Dante, ¿quién se atrevería a decir que en su creación no tuvo nada que ver Beatriz? Y confío, si el tiempo no fenece, como afirman los anti-milenaristas, que otros lo sigan haciendo para disfrute de las generaciones venideras, ya que la inspiración es patrimonio universal, un gran y divino embalse del que bebe todo el mundo. ¿O acaso sabemos de algún mortal al que se le haya privado soñar el sueño que otro antes soñara?

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