viernes, 15 de enero de 2021

Llamas de frío encendidas

 



La huerta amanece vestida de hielo. Las plantas de las habas aplastadas por la escarcha. El nogal pelado, el geranio calcinado no me dicen nada. El rosal es un sin porqué. Y habiéndose sido tan rosa y tan bella su flor, no se extraña, ni se queja de sus pétalos congelados. Todo está callado. El sol no rompe la bruma. La palabra emborronada. La buganvilia maltratada por el mercurio bajo cero. Un gato okupa e intruso se ha cobijado en el sillón de la entrada, al abrigo del porche. No tengo donde sentarme. Me da corte espantarlo. El café, como mi tostada de letras y mantequilla, también helado. Me pongo a escribir. Trazo rayajos gramaticales en un folio que al instante desaparecen como el castillo de arena de un niño en la playa que un mar maestro de inmediato destruye por desacertado e inculto. 

Mi escribir, un intento vano. Mis dedos agarrotados por el frío no me dejan decir lo que quiero, ¿o son las hojas quemadas de la pasiflora las que me niegan el verde de su ayer tan erguido, y hoy, tan mustias y despellejadas, llamas, almas de pena, encendidas? 

Mi escribir es un esfuerzo inútil. Pero lo necesito. Endorfina para que el dolor de la artritis de mis manos menos me duela. Pongo a juego mi imaginación, combino letras y adjetivos con una rebanada de aceite y sal. Siempre desayuno lo mismo, me repito como un loro. Un pescado que se come la cola. Una alarma, una sirena, a quien nadie acude en su ayuda. Frases sin contenido. Morralla, farfolla sustantivada. Cuando leo mis escritos descubro cuán grande es la distancia entre lo poco que logro y lo mucho que deseo. Nada nuevo bajo el sol. El cuento de la buena pipa, siempre enredado en el trabalenguas de siempre. Yo no te digo ni que sí ni que no, sino que si quieres que te cuente el cuento de nunca acabar.

Y al hilo de este escribir mañanero y bastardo, recuerdo aquellas mañanas de invierno en las que acompañaba a mi abuelo a coger la oliva. Los dedos de mis manos, inarticulados, engarrotados, calentarlos quería con el vaho de mi boca. Ese aliento inspirador tampoco hoy me asiste. Y, ahora, al contrario de aquel escritor galardonado, que quiso expresar su agradecimiento a la poesía porque le permitió decir lo que nunca hubiera sido capaz, yo mentiría si dijera, cual Cervantes, que la pluma, esta mañana de escarcha, es la lengua de mi alma. Mi alma es una plancha de hielo, inerte.

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