domingo, 24 de enero de 2021

Entre comillas


Partiendo de la premisa de que todo concurso es una estrategia mercantilista, sobra decir que no soy partidario de ninguna competición, llámese ésta culinaria, de costura, albañilería… También meto en este saco nuestro sistema liberal y desajustado, competitivo y excluyente por el que nuestra sociedad se rige, se mata y se desvive. ¿Acaso nuestra sociedad no es una carrera donde sólo triunfan los más fuertes, los cuerdos, los más sanos? Tampoco descarto, en este orden de cosas, esos certámenes literarios, cuyo interés es el incremento de ventas de un determinado bestseller en manos de un consejo de administración, la mayoría de las veces, ajeno al arte o a la literatura.

Me resisto a participar en eventos de esta clase. ¿El motivo? Tal vez, no acabar con el rabo entre las patas, ese orgullo de no querer ser derrotado. Y aun así, confieso haber participado en algún que otro concurso. No puedo acallar al homo faber, utilitario y ambicioso que llevo dentro, frente a ese otro ser que me dice que el corazón humano es la base y el motor que mueve el mundo.

Y así, cuando, el otro día, se me ofreció ser miembro de un jurado de un concurso literario, me vinieron de nuevo las dudas, pero dadas las afinidades que me unen a la institución convocante, una asociación de familiares y personas con trastornos de salud mental, no podía decirles que no. Los premios establecidos, lejos de ser crematísticos, eran más bien simbólicos, encaminados a fomentar la lectura y la escritura creativa. La escritura como medio de expresión de conocimientos y emociones es una herramienta que nos permite liberarnos de los males que por dentro nos debilitan y corroen. La escritura es capaz de sacar a la superficie nuestro propio subconsciente. En la escritura puede encontrar el náufrago ese barco que a salvo lo lleve a la orilla de la bonanza, la curación y la dicha.

26 cuentos fueron los que concurrieron. Todos ellos me sorprendieron gratamente. Creaciones nacidas de un estado de conciencia altamente sensible, noble y solidaria. Su lectura me ha enseñado que nadie como un hambriento puede resolver mejor la pobreza y el justo reparto del trigo que producen nuestros campos. Nadie como un herido puede curar a un lisiado. Nadie como un cojo para liderar una carrera, nadie como un sordo para valorar una melodía. Me sorprendieron, repito, por su sabiduría natural y profunda, por su alto nivel de autoconocimiento, por su empatía, por la enseñanza de que el mejor antídoto que conoce el ser humano para vencer el mal es la práctica del bien. Y así he visto en cada uno de estos cuentos la respuesta a este mundo veleidoso y, a veces, egoísta y competitivo, que se deja llevar por los laureles y la apariencia. La escritura hace sabio y bueno a quien la ejercita. La escritura de alguna manera endulza la exclusión y el dolor. Dice Paul Austen, que escribir es un acto de supervivencia.

Si de la abundancia del corazón habla la boca, de las letras de todos los que han participado en este Concurso literario Entre comillas, yo he saboreado la grandeza de sus almas.



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