No es fuerte mi temperamento. No es mi corazón una roca. Son cera mis sentimientos, que se amoldan y hacen cuerpo con quienquiera que me encuentro. Hoy, por ejemplo, me levanto muy perverso, atravesado... y, al momento, soy dócil como un cordero. Lo mismo soy un creyente santo que me cago en dios y en tus muertos. Estos cambios de timón cuestionan mi identidad y ya no sé si son ellos, o soy yo sin su aliento, sin motivo, sin razón, la causa de tanto embozo, desatino y descontento. Idiotez la de los fuegos cruzados entre amigos y enemigos, ¡si los unos y los otros son tirios y troyanos, antípodas del mismo bando! Son mi yo deslavazado.
¿A qué se deben estos giros contrapuestos, desaciertos de un don nadie que agua y fuego quiere ser, lo derecho y lo torcido, cabo y golfo, egoísta comunero y a la vez un Gandhi filibustero?
Lo mismo que la montaña tiene cima y tiene falda, lo mismo que la Fuensanta tiene corona y peana, lo mismo que la avellana, lo mismo que el Ramayana, todo lo que en esta vida se menea, crece y muere es profano y también sacro, se ilusiona y se desgana, tiene molla y tiene cáscara, lo mismo que mi alma, diligente y haragana, a veces ríe y cansa y, otras, de pena canta.
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