lunes, 16 de noviembre de 2020

Quién te nos hizo noche

 



Seis menos cuarto. 19 de mayo de 1996. Aquel que en Salmos de andar dijera: estos salmos los escribí cuando estudiaba para santo. (Después estudié para hombre. Ahora, gracias a Dios soy una mierda), está ingresado en la UCI de la Arrixaca.

Le dolía mucho el corazón. Tuvieron que ingresarlo para intervenirlo quirúrgicamente. Todo normal, hasta que, tras el operatorio, una infección complica todavía más la salud de Mariano Manglada. MCarmen viene con frecuencia a estar con él. Ellos son amigos desde los tiempos de su mutua militancia en la HOAC (Hermandad Obrera Católica).

El otro día, para aliviar su malestar, MCarmen masajea los pies del jesuita-creyente-heterodoxo. Y le pregunta al peón y también librero:
¿Cómo es tu dolor?
Mariano responde:
Es un dolor que quema.
Esta tarde, he venido con MCarmen. Desde fuera, a través de una pequeña ventana, contemplo el calvario particular de este que fuera mitad trabajador, mitad ermitaño. Veo a Mariano, al impulsor de la revista de poesía Esparto en las últimas. MCarmen, dentro del módulo, le coge la mano, acaricia su frente. Aquel que escribiera Prefiero callar. ¿Quién te nos hizo noche? ¿Tan sin remedio noche? ¿Tan de noche? no dice nada. Esta intubado. Su amiga quiere consolarlo. No sabe cómo. Tan sólo le dice:
Vete en paz, Mariano. Sé libre, como siempre lo has sido. No tengas miedo.
Tras las palabras de MCarmen, el monitor, que hasta ahora ha pitado en intermitente, pasa a convertirse en un sonido continuado, infinito, plano, sobrecogedor.

Conocí a Mariano casi desde los primeros momentos que llegó a Cartagena junto con Isidoro Galán en una misión obrera. Nuestros primeros contactos estuvieron rodeados de cierta reserva. Ambos militábamos en la izquierda, pero desde posiciones distintas. Él, más allegado a la ORT (Organización Revolucionaria de los Trabajadores), yo, afiliado a la USO, un movimiento sindical de masas. Muchas fueron las batallas que combatimos desde la misma trinchera. Mariano luchó siempre con la ternura y la bravura que todos le reconocemos. Su entereza, su serenidad en el afrontamiento de su desdicha me ha impactado de tal manera, que he de reconocer que en mi interior se han abierto los ojos del alma. Hay cosas que ahora veo con mayor claridad. Más, no sé decir. El resto, que es todo, queda como un sentimiento agridulce con sabor a dolor y a dicha.

Día siguiente. 20 de mayo de 1996. Su cuerpo ha sido velado durante toda la noche en la Iglesia de la barriada de Las Seiscientas. Desde El Portús caminamos en dirección a La Muela. Esparcimos sus cenizas al mar desde estas sierras y rocas a las que a menudo, acompañado de su guitarra y sus cuadernos, venía Mariano a cantarle al silencio de estas soledades: En la muela picada / mana una fuente / que es propiedad privada / no de la gente / Quién lo diría / que iba nacer el agua / niña cautiva.

Luego, ya en casa, busco por papeles algunas fotocopias de sus escritos. Doy con sus Fábulas de entretiempo. Me detengo en la 22. El hombre feliz:
Había una vez un hombre que a lo mejor porque siempre deseó muchas cosas para todo el mundo, aprendió a desear pocas cosas para sí mismo y, aunque mucha gente lo tenía por tonto, llegó a tener casi todo lo que deseaba y se murió casi feliz.

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