sábado, 19 de septiembre de 2020

Tanto dolor en su mirada

 

 


X.X.X es un niño como todos los demás. Ni mejor, ni peor. Hablador, astuto, gracioso, buen compañero. ¡Eso sí! Un poco quisquilla. Hasta tal punto es silencioso, que la tiene que hacer muy gorda para percatarte que está en el aula, a no ser que machaque el dedo gordo del pie a su compañero Cristian. En las pasadas navidades, los albañiles encementaron el patio del colegio. Un adoquín olvidado, manipulado por X.X.X. fue el responsable directo de tal infortunio. Sin ir más lejos, X.X.X. (al que a partir de ahora llamaré ficticiamente David), el otro día, con las tijeras punzó el dorso de la mano de Rubén, su vecino de mesa, hasta hacerle sangre.

No son estos dos contratiempos los que te llevan a llamar a sus padres. Por experiencia sabes que estas medidas amonestadoras, ponen en guardia a los padres, los culpabilizan y poco sirven para modificar conductas. Lo que verdaderamente te lleva a entrevistarte con sus padres han sido los ojos de David. Ojos tristes, ojos de adulto. Su cara expresa el rictus de un pasado propio de una vida penosa. Pero David es todavía muy pequeño para acumular tanto dolor en su mirada. La precoz seriedad en su rostro te puso en aviso. No es normal que un niño se envalentone con tanta furia contra quienes le doblan su estatura. Tampoco es normal que un muchacho de tan poca edad se constituya en justiciero y ajustador de cuentas con tanta eficacia y respeto, como lo suele hacer entre sus iguales. Algo ves en la cara de David que no te cuadra.

Lo último que te lleva a verte con sus padres es que, ayer mismo, David se acercó a tu lado y te solicitó suplicante:
Maestro, quiero que me castigues.
Hay niños tan necesitados de afecto, tan abandonados y olvidados de los mayores que recurren al castigo como medida de cercanía y trato. Mientras dura su castigo son punto de mira y atención. Durante ese tiempo no se sienten solos. ¡Ay, malditas paradojas y desconocidas estratagemas infantiles! 

Llamaste por tanto a sus padres. Los dos han venido a la cita. Con el mejor pulso tratas de estimular a la pareja:
David es un alumno inteligente y resuelto...
La madre interviene enseguida:
Sí, sí; pero también es muy revoltoso. Los palos no le duelen. “No me haces daño“-me dice. Y encima, se ríe cuando le pego.
El padre, furioso, interrumpe a su mujer:

         ¡Lo que tendrías que hacer es encerrarlo con llave en el trastero!

La madre comenta:

         Tú eres el que deberías hacerlo. A ti sí hace caso.

El padre hincha el pecho como si se sintiera halagado por las últimas palabras de su mujer. La fortaleza del padre es la debilidad de la madre. El padre de David se justifica:

         Sí, pero la verdad es que no puedo estar todo el día metido en la casa como una niñera.

Tus sospechas estaban fundadas. Después de la entrevista con los padres te enteras por casualidad que el padre de David trapichea con droga. La semana anterior a tu entrevista la madre fue ingresarla en el hospital tras ingerir una sobredosis de pastillas mezcladas con alcohol. Todo aclarado pues.

No hay comentarios:

Publicar un comentario