martes, 15 de septiembre de 2020

Leyendo a Chejov



Aunque Adil siempre había dicho que el bien vence al mal, hoy tiene una opinión distinta. Su conciencia, por llamar de alguna manera a su forma sensata de comportarse, de pronto se ha visto alterada. Ahora es más receloso, duda que la bondad sea la inclinación natural de los seres humanos. Si antes creía que aquí en España ataban a los perros con longanizas, su opinión se debía más a su angelical deseo de que todo el mundo fuese la ciudad Esmeralda. Hoy, tras su compulsada experiencia, está convencido que el recto proceder no siempre es el mejor camino para escapar uno de sus miserias. Si eres pobre estás llamado a delinquir, tal cual dijo Estafanía, aquella otra campesina del cuento (En el campo) de Chejov: nuestra pobreza nos hace pecar. 

Adil está decidido a cualquier cosa por salvar a su familia del hambre. Adil lo ha intentado todo para dar de comer a los suyos. Ya ni siquiera se acuerda de su última ocupación decente, allá por tierras de Huelva, trabajando de sol a sol en la recogida de la fresa. Desde entonces, hace ya tres temporadas, que no tiene nada que llevar a la boca de sus pobres criaturas, tres hijos pequeños que dejó allá en Marruecos. Dos años y medio sin poder mandar nada de dinero a Fátima, su mujer.

Adil lleva tres meses guardando sitio para aquellos que buscan aparcar su coche, a cambio de la buena voluntad de la gente. A primera hora de la mañana, bien temprano, Adil entre temeroso y animado, se dirige en bicicleta, desde Barriomar a la explanada que hay detrás de la Ciudad Sanitaria de la Arrixaca. Todo normal como siempre. Pero hoy, a eso del mediodía, un coche camuflado sorprende a Adil. Son cuatro agentes los que componen el dispositivo policial. Bajan todos del coche, menos el que conduce. Uno de ellos informa, a tenor de una normativa aprobada recientemente por el Ayuntamiento de Murcia, que Adil está incurriendo en una infracción contra la seguridad ciudadana. El agente le obliga a que le devuelva el dinero que lleva recaudado. Adil protesta diciendo que él no es un ladrón:
Sólo soy un gorrilla. Los ladrones son ustedes que me están quitando las propinas de la gente. Ser pobre no quiere decir ser un delincuente. 
El policía, después de recibir toda la calderilla que Adil lleva en sus bolsillos, le impone además una multa de mil euros. Todo legal, todo correcto según reza la Ordenanza Municipal.

Al día siguiente Adil, ni corto ni perezoso se dirige al juzgado de guardia. Está decidido a denunciar al Ayuntamiento de la capital por robo. Veremos en qué queda el caso.

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