jueves, 6 de agosto de 2020

El galapaguito




Recuerdos ciertos de acontecimientos inciertos. La memoria renace victoriosa de las cenizas de la realidad frágil y pasajera. Da fe triunfadora la memoria del extinguido fuego fugaz y etéreo. Dispone el recuerdo del aura subliminal que no tiene el dato al que hace referencia, confiriéndole un misterio atrayente y balsámico propio de las grandes experiencias.

Los recuerdos son resurrección y regreso, garantía y rescate de nuestro ayer consumido. Otro es su cuerpo, rejuvenecido y fresco, evocación de aquel otro desaparecido, pero ahora renovado y prístino en su representación figurada. No siendo real el recuerdo, mejor dicho, no siendo material, responde, (como los sueños), a la irrefutable veracidad con más tino y acierto que el acontecimiento al que alude. Los recuerdos son el antídoto para que los peces de la cotidianidad efímera no se escurran como el agua entre los dedos de nuestros días.

El hijo le dice a su madre que sufre Alzheimer:
Madre soy yo tu hijo. ¿Es que no me reconoces?
La madre responde:
Jamás en mi vida tuve yo hijo alguno.
Ante tal respuesta, el hijo queda vacío de si, desposeído de aquel parto que lo trajera, hace cuarenta y cuatro años, a este mundo de nebulosas de una madre enferma y desmemoriada. El hijo por mimetismo entra también en el torbellino de la nada que atrapada tiene a la madre. Desaparecida la causa, la fons et origo de su existencia, sin riego queda el corazón y la mente del hijo. Él se defiende como gato panza arriba de este abismo tóxico. Hace un esfuerzo por reanimar a la madre, sacarla de ese su abisal olvido que la mantiene perdida y encadenada. Si lograra rescatar a la madre de su amnesia, también se salvaría el hijo. Y se pregunta, como lo hiciera Robert Desnos en aquel poema El cementerio: ¿Podré yo defender la memoria del olvido? Y le da ahora por cantar a la madre aquella misma nana con la que ella dormía al hijo cuando este apenas era un bebé:
Este galapaguito
no tiene mare;
lo parió una gitana,
lo echó a la calle.
No tiene mare, sí;
no tiene mare, no:
no tiene mare,
lo echó a la calle.
Acto seguido. la madre recupera la memoria, vuelve en sí, sus palabras cobran el sentido:
Sí, ahora caigo. Tú eres el hijo de aquel carpintero que te hizo una cuna. No parabas de reír, mi niño bueno.


No hay comentarios:

Publicar un comentario