sábado, 8 de agosto de 2020

Al partir el pan



 Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió  y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. (Lucas, 24, 30)


No soy tan ilusa. Sé que el recuerdo no me devolverá tus besos. Y si ahora pienso que la miel cómplice de tu mirada, el eco de aquellos tus dulces ojos aún iluminan los jardines de mi estancia, es una manera de reconfortar mi pena.

Si ahora te dijera que te perdí para sentirte más querido, más hermoso, si cabe que aquella primera vez que nos vimos en la merienda de san Marcos, sé que me estoy mintiendo. Es una manera de engañar a mi tristeza, de esconder tu muerte.

Tampoco soy una soplagaitas que cree que con sólo deletrear tu nombre sobre el mármol frío de una lápida, tus manos doblarán las espinas de mi dolor por tu ausencia.

Por medio de la escritura quise durante muchos años perpetuarte, tenerte junto a mí, al igual que lo hacíamos aquellos atardeceres del verano eterno bajo las dos moreras de la puerta de nuestra casa en la huerta. Te escribí muchas cartas. Mientras que lo hacía, aún te vislumbraba tras las cortinas del cuarto de baño donde tú allí te duchabas antes de acostarte. Llevo más de cincuenta epístolas queriendo saber algo de ti. En el cuarto de baño no hay nadie y mi cama está vacía. Nunca me has contestado. Ya no me deseas.

El recuerdo -dice Juan José Saer en El entenado-, no es prueba suficiente de su acaecer verdadero. Entonces, digo yo ¿para qué seguir alimentando con tu memoria aquella realidad ficticia que se me fue de las manos?

Dicen los amigos que nuestro pasado fue fecundo en semillas que luego hicieron germinar nuestro presente repleto de aromas incombustibles. Dicen también que estas flores que ahora cultivo, brotes son de lo que fuimos. A nadie le amarga un buen recuerdo. Pero de ahí a que tú ahora estés aquí conmigo compartiendo el mismo pan y el mismo vino de este almuerzo ayuno de tu real presencia…, eso es otra cosa que sólo se les permite a los poetas, a los que están locos o aquel Jesús resucitado de entre los muertos.



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