domingo, 16 de agosto de 2020

Arte y naturaleza de un emérito exiliado




¿Qué siente? ¿Qué piensa el creador frente a su obra? ¿Está contento de su trabajo?

Y los allí retratados ¿estarán agradecidos al artista? O al contrario, ¿se sienten a disgusto por haber sido retratados en aquella pose?

Cualquiera de los personajes en este cuadro representados, se pongan como se pongan, ninguno de ellos podrá rebelarse contra Diego Velázquez, puesto que, aunque así lo hicieran, de nada les valdría. Ni siquiera el inconmovible mastín se atreve a deponer su actitud sumisa, por más que el bufón Nicolasito no pare de pisarle el lomo.

Diego Velázquez no accedió a la petición del rey, (quisiera que pintaras a mi familia, no como tú la miras, sino como yo la veo), puesto que el pintor pintó lo que y como le dio la gana. Y así será para siempre. Isabel de Velasco, la dama de honor de la Infanta, conservará su sempiterna reverencia. María Sarmiento seguirá toda la vida arrodillada delante de Margarita. La enanita Mari Bárbola conservará mientras viva su lealtad hacia todas las hijas del rey. Y ojalá la propia Margarita se hubiese quedado allí plantada el resto de sus días para no acabar casada en apaño con un tío suyo y así morir como murió a los veintiún años después de su cuarto alumbramiento.

El arte no sigue los mismos derroteros que los seres humanos. Y así podemos ver a un padre mirar con complacencia desde el espejo a su hija y, por dentro, tramar un arreglo de estado saltándose a la torera los derechos de los ciudadanos.

Poco han cambiado las cosas desde los Borbones y los Austrias. A día de hoy, por suerte el arte no imita a la naturaleza. Y así no veríamos cómo desde la penumbra de un espejo un emérito hace mutis por el foro del cuadro de Las Meninas. Velázquez no lo permitiría.



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