En tiempos de confinamiento los escritores han proliferado como covides por
el planeta. La creación artística cuando más aflora es en tiempos de
recogimiento. Del silencio de la roca, de la uterina cueva de su concentrada
soledad, los libros fluyen en manantial hasta inundar las librerías de lectores desagradecidos. Incluso Virgilio, el rústico pastor
de las quebradas de la Arcadia, aprovechando el estado de alarma, se dispuso a
escribir una novela, fruto de sus bucólicas cavilaciones durante los meses de
inmovilidad forzada.
Escritores hay más que granos de arena en la playa -dice el agente
literario al pastor de la Arcadia, sin ni siquiera dignarse a leer su
manuscrito.
El consultor, a quien Virgilio ha visitado para que le asesore acerca de la
conveniencia de publicar su ópera prima, Los cipreses melancólicos, continúa
hablando:
El mundo de los poetas y
escritores es un mundo cerrado. Cualquier aficionado que se atreva a profanar
el recinto sagrado de esta predestinada estirpe, al instante será mirado con
recelo. El número de escritores, hoy en día, es superior al de los lectores. No
pierdas el tiempo, amigo. Mejor dedícate a tejer bozales para tus
bueyes. Cuando todo esto se calme y salgan a la luz la infinidad de obras que
se han escrito durante todo este tiempo del dichoso confinamiento, habrá más
libros y poemas para leer, que caracoles, tras la lluvia, por los campos de tu querida Mantua.
Después de escuchar el tímido Virgilio atentamente las palabras del agente
literario, se sintió un don nadie, un proscrito. Cogió pues su borrador y se lo
echó a sus gallinas para ver si así estas aliviaban sus hambrientas y geórgicas
tragaderas.
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