Al entregar la comadrona a la recién parida el
fruto de su vientre, la madre se negó a recoger en el regazo a su hijo. De
pronto sintió un fuerte rechazo hacia la criatura. ¡Se parecía tanto al monstruo
que la dejó preñada!
Ya antes del parto, las monjas del hospicio
sermoneaban a mi madre diciéndole que su deber era aceptar lo que venia de
camino. A partir del día que la hermana
jardinera la sorprendió queriéndose colgar de la higuera del huerto, las
amonestaciones se hacían más insistentes:
No está bien que
la vida que llevas dentro de tí, la desprecies tan desagradecida. ¿Quién sabe
si tu futuro hijo será tu salvación el día de mañana!
Mi madre siempre fue sincera consigo misma. Lo que
sale del corazón es inapelable. ¿Acaso alguien podría amordazar sus
sentimientos? Otra cosa es que ella se
los tragara por consideración o respeto hacia los demás. Ella nunca respondíó a sus consejeras lo que en su
interior pensaba: ¿De qué salvación me hablan estas mujeres? No estoy
obligada a querer lo que no quiero. El amor que no nace de la libertad, no es
amor.
Pero sus piadosas celadoras insistían:
Nada tiene que ver
el feto con la conducta de sus padres. El que ha de nacer de tus entrañas no es
responsable de nada. Ninguna flor está
en su derecho de privar de su aroma a los que se paran delante de ella para
contemplar su belleza.
Mi madre siempre me sedujo por las ideas que del
amor tenía. ¿Es qué estoy obligada a
amar a la fuerza? -me decía llena de rabia. ¡Cuánto más me esfuerzo por
amarte, más te rechazo, más hondo, hijo mío, se me clavan las espadas de mi
culpabilidad y desgracia en mi corazón confundido! Otras vece me hablaba de
un amor que yo no entendía. Hay amores que, sin amarse, se aman más que si
de verdad hubieran encontrado el amor de su vida, como ese puñal de plata que te hace gemir de dolor de tanto
placer que te causa. Un día, por ejemplo, me llegó a decir: De tanto
amar lo que no amaba me convertí en tu esclava.
Mi madre no pudo superar vivir eternamente atada a
mí. Yo era su escarnio y su vergüenza. A todas horas yo le recordaba al hombre que la
violó. ¿Es que una madre no puede abdicar del amor que no siente por su
hijo?
Desde aquella mañana que me la encontré atiborrada
de pastillas, muerta en la cama, siento sobre mis hombros la pesada carga, el
mismo peso, la misma culpa e indignidad que ella vivió mientras estuve a su
lado.
Perdí a mi madre. Ahora me toca la ardua tarea de
encontrar a mi padre.
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