lunes, 10 de febrero de 2020

Tu miedo te delata




Te sientes incómodo, cansado, sudoroso. Las causas de tu estado no son físicas, ni reales. Eso es lo peor: no sabes de dónde arranca el miedo. Todo miedo es invisible, de ahí tal vez tu angustia.

El corto trayecto que hay desde tu casa hasta la Biblioteca Regional lo haces contemplando con detenimiento las flores y los gorriones que alegran tu tranquilo caminar. Te diriges por tanto relajado, plácidamente deseoso, a la presentación de un libro, equis, (da igual, el que sea, con tal que te abra el apetito para seguir viviendo-leyendo-trascendiendo tu rutinaria existencia, evadiéndote de tu pasado tenebroso). El salón está a rebosar. Los dos pasillos laterales y el del centro, también llenos; gente sentada en el suelo, apalancada en la pared. Nada más ver en una una gran pantalla en la que aparece el cuerpo de una mujer tirada en el suelo en medio de un charco de sangre, te echas a temblar. De golpe un calor inexistente te empapa; te sientes pegajoso, molesto. El miedo se apodera de tus entrañas. Apestas. Y no sabes si el olor viene de ti, de los que están a tu lado, o de esa foto ensangrentada que preside el acto. Te falta el aire. Tus pulsaciones se aceleran. Te tiemblan las piernas. Pero lo peor es que sabes que no hay motivos, al menos aparentes, para que te sientas abrumado. Se trata simplemente de una novela. Todo es figurado. No tienes nada que temer, pero la macabra foto fija de una muerte violenta como ilustración de este libro no tiene ninguna gracia, a tí te sienta como un tiro. Viniste a este evento para escapar de tus horrores y te encuentras con un escritor obsesionado por descubrir al autor de un asesinato inventado. El escritor se entretiene en describir ahora las circunstancias que rodean el crimen. Habla de ritos satánicos, sacrificios humanos que calman la ira de los dioses, de ríos de sangre que alimentan al mundo, de instintos atávicos para sobrevivir de las fieras prehistóricas, de pistas misteriosas, de bosques infernales, de las brujas de Zugarramurdi. Lo hace con tan fáciles y bellas palabras que sientes asco. No hay vida sin muerte. Si hasta el mismo Dios permitió que su Hijo muriera en la cruz para redimir al género humano. Estas palabras que ahora escuchas no exculparían a ningún criminal. Nunca te cayeron bien los que utilizan el dolor ajeno para hacer caja. Este escritor lleva la tira de libros vendidos. Este tío se ha forrado con su famoso best seller. Al parecer a este hombre lo que le inspira es el horror. La muerte debe ser su musa. Se recrea en cada pormenor, se detiene con santa devoción en cada huella, que si este pelo, que si esta prenda desgarrada. El escritor habla ahora de una mano de la víctima, tiene el dedo índice apuntando en una dirección determinada como señalando donde se esconde su asesino. El escritor se levanta. Se acerca a la pantalla para hacer ver al público la verdad de su insinuación.

Después de concluir el escritor con su exposición, le toca el turno al público. Un oyente le pregunta por sus manías, si a la hora de escribir se toma un café, si en la mesa tiene una flor amarilla, si escucha el Réquiem de Mozart, si le gusta escribir al alba o muy entrada la noche. Yo no viene a saber si a este escritor le gustaba el cocido madrileño o los michirones con chorizo. Te enervan las preguntas enfermizas de los asistentes ávidos de morbo. Esto parece una clase de criminologia, un interrogatorio policial. Decides irte. Esperas un pequeño revuelo entre el público para no mostrar desprecio al fervor idolatrado de los asistentes. Disimuladamente buscas la salida. No la encuentras. Te sientes atrapado. Y por más que ahora acude a tu mente aquella máxima de que los muros están para saltarlos, te sientes enjaulado en este templo de los libros que se parece más bien a los sótanos de una comisaría. Hay tanta gente que te es imposible dar con la salida. Aquí dentro te ahogas. Necesitas del aire de fuera. Antes de encontrar la puerta, escuchas una de las preguntas que en este momento le formulan al escritor:
¿Según usted, y por las pruebas recogidas en su investigación, cuál sería entonces el perfil del responsable de tan horrendo crimen?
El escritor, antes de abrir la boca, se acaricia las dos aletas de su nariz como si de allí pudiera sacar su sabia respuesta:
Para mí, que el ejecutor de esta horrenda muerte es un hombre no muy valiente, más bien asustadizo. Es su propio miedo el que le incita a cometer tales barbaridades. Estamos ante un caso no reglado. Son tantas las variantes incongruentes que no responde a patrón alguno... Espero que antes de dar con el asesino, tendré tiempo de escribir unas cuantas novelas más sobre este mismo caso.
De reojo adviertes que algunos te miran con cierta compasión. Atribuyes su actitud a tu atribulada desorientación. Intentas disimular tu confusión viniéndote arriba. Levantas la mano. Pides la palabra:
Señor,  por los detalles que aparecen en la escena del crimen ¿nos podría decir, si el asesino de sus pesquisas tal vez haya matado a su víctima por amor?
El amor -responde de inmediato el escritor-, lo mismo nos convierte en víctimas que en criminales. Muchas son las veces que en la historia los humanos matamos por amor. En cualquiera de los que estamos esta tarde en esta sala se puede esconder un asesino.
Luego por fin sales a la calle, pero te sientes igualmente atrapado que cuando estabas dentro. El dedo de la mujer asesinada sigue apuntando sobre tu conciencia. Tu miedo te delata.

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