viernes, 6 de diciembre de 2019

Tres cafés en las puertas del Ikea



Solo, tomándome un café solo. Aquí, a la salida de las cajas pagadoras. Espero a mi novia y a su hermana que salgan del Ikea. Y es verdad lo del anuncio. Esto es una república en el sentido que mi madre, afecta al Régimen de Franco, entendía por esta palabra: altercados, revuelta y desorden. No para mí, por supuesto, que República me sabe a democracia, un sistema político todavía alcanzado, mientras que los Jefes de Estado de nuestro país sigan siendo por imperativo legal hijos de sangre real. Dicha jefatura debería ser refrendada por unos específicos comicios ad hoc. Mientras ésto siga así y otras cosas por el estilo, la llamada transición del 78 estará aún sin terminar.

Pido un café en la barra y me dan un vaso que yo mismo he de ir a rellenar en una de las muchas máquinas aquí instaladas. Ya todo reducido parece estar en este mundo republicano, malamente entendido, a un artilugio de artefactos de los cuales los humanos somos meramente manipuladores-manipulados por cerebelos de metal abrillantado. Máquinas para el ketchup, para las infusiones, para la mostaza. Con el tiempo inventarán, ¡ojo al dato! hasta máquinas para limparse el trasero. El vaso que me han dado es demasiado grande para esta mano pequeña, cuyos dedos no son lo suficientemente largos para sujetarlo. Suele ocurrirme también lo contrario. A veces los objetos que manejo son tan diminutos o agigantados que se escapan a mi mano engarrotada y torpe y, ya muy añeja. Todo está estandarizado para este cuerpo mío siempre por acomodar. Todo me viene grande, pequeño, estrecho, ancho, desajustado a mi talla, a mis ganas, a mis sueños. La dificultad no es sólo mía, sino también de las circunstancias externas que no dejan de serme también endógenas.

Sigue en  Madrid, la conferencia del cambio climático. Aburren los políticos más que cobran, mienten más que hablan con tantos acuerdos y determinaciones, para luego venir todo a quedar en papel mojado. Son capaces de camuflar su irresponsabilidad climática enlatando en aluminio tóxico a una icono-adolescente (Greta Thunberg), convirtiendo su joven activismo en otro producto más del sistema. Ya no queda tiempo para detener tanta asfixia-invernadero. Estamos en la cuenta atrás. La tierra nos arrastra hacia un final imparable. El COP 25 o como se llamen estos simposios protocolarios, pan para hoy y hambre para mañana. Llegamos tarde.

Los carros de la compra cargados que veo salir por las cintas de los cajeros de esta república barataria así me lo dicen: mucho cartón, envases, baratijas, plásticos, mucha celulosa, abultados, ampulosos lenguajes vacíos de compromiso. Sancho Panza, mi santo preferido. se avergonzaría de tanta insustancialidad consumista: el asno sufre la carga, más no la sobrecarga, o aquel otro que viene como anillo al dedo al ver ahora salir a una señora cargada de almohadas y edredones hasta los topes: Nadie tienda más la pierna de cuanto fuere larga la sábana.

Se me ha acabado el papel en el que escribo. Mi novia y su hermana aún siguen dentro comprando. Me dijeron que las esperara aquí tomándome cualquier cosa. Para no aburrirme o aguantar las miradas de los que salen, entran o pasan, para matar el rato, he de seguir escribiendo. También se me ha acabado el café. Me levanto, me sirvo otro. Cojo un puñado de servilletas para seguir disimulando mi impaciencia con estas letras disparatadas que dejo caer con la meticulosidad y pericia de un bullidor de metales para no arañar su frágil tejido indegradable. Todo se acaba en esta mañana lluviosa en la que los meteorólogos anuncian otra Dana. Todo menos las botellas de plástico de los océanos o los peces muertos de un Mar Menor insalvable. Señales en el cielo, catástrofes en la tierra -decía mi abuela. Cambio climático y Apocalípsis. A propósito, esta palabra debería ser femenino, como elipsis, sinapsis, sintaxis o como todas aquellas que empiezan por -a-, por aquello de facilitar su pronunciación, cuando le ponemos delante el artículo -la-. O en todo caso, si mi propuesta académica no sirviera, a lo mejor bien valiera declarar el sustantivo apocalípsis, del género epiceno. ¡Maldita palabra! Y no sé por qué digo maldita, si no sé lo que significa, pero su pronunciación, al rimar con veneno... pues eso que me viene bien para decir lo que por mi mente desesperada ahora pasa: que estoy hasta los huevos de esperar aquí como un pasmarote a mi novia y a su hermana. Palos con gusto no duelen. ¡Que te jodan, que te den!, que diría mi hermano.

Tercer café. Hace ya más de tres horas que me senté aquí, dentro de esta burbuja mercantil y sideral en la que permanezco como un santo Job a la espera de la consumación final de este tremendo Black Friday hambriento y venenoso, capaz de devorar las reservas del planeta. Me senté aquí para escribir tan sólo unas líneas, pero de continuar con esta racha, hasta escribir podría los 50 tomos de la enciclopedia del Espasa Calpe. Y si me apuráis, hasta de beberme todo el café que se almecena en estas y en todas las máquinas de café que este Ikea de las narices posea a lo largo y ancho de este devastado y devastador mundo de las pelotas.

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