lunes, 16 de septiembre de 2019

Hasta la siguiente riada






Las flores de la madre selva se estrellan contra el tapiado reventado por la riada. El mar se llena de arena. Las aguas cubren la tierra. Los bajos de las casas, los garajes, los sótanos enlagunados de barro. Por la rambla Morcillo, colchones y conejos ahogados, programas y promesas descuartizadas bajan corriendo hacia el puente de Alguazas. Una muñeca de trapo, ajena a la desgracia, sonríe con sus brazos en alto. Las piedras que armaban la carretera se rebelan contra su firme. Una muchacha lleva casi una hora abrazada a un árbol. El agua le llega ya a la cintura. El conductor con su camión la rescata en peligrosa acrobacia. Grava, ladrillos y asfalto, son ahora barricadas. El aluvión arrastra contenedores y esperanzas hacia la vieja estación. La Cruz Roja, una isla que no da abasto a tanto llanto y destrozo. Las acequias todas ellas cegadas de tierra. Brazos del río, sus calles aledañas. Las bocas de las alcantarillas escupen cual pozos artesianos su bilis contenida tras tanta fatalidad y oportunidades perdidas. Protección civil, los helicópteros, las sirenas de los bomberos, la policía, testigos son de un relato inapelable.

¿De qué le sirve a la izquierda y a la derecha, a los seguidores del Betis, a los hinchas del Barsa, utópicos o pragmatistas, borbones o republicanos adecentar sus campamentos, fortificar sus sedes, castillos y zarzuelas, si después de la riada de nada habrá servido tanta hinchada, negociación y disputa? La riada minó los cimientos de la Villa y Corte. Ningún principio ni credo prevaleció frente a la fuerza de la corriente. Es el Destino sangriento, fatal y repetido contra las clases humildes. De tanta política farfullera, la gente está harta, despolitizada. ¡Maldita Dana! La gota fría congeló la sangre caliente de los obreros. La naturaleza entera se ensañó contra ella misma por el mal comportamiento de sus desagradecidos moradores jamás escarmentados.

Sotos y motas sucumbieron por la furia expansiva de un caudal enfurecido. Muebles rotos y gallinas muertas, investiduras y sillones arrumbados forman todos una gran montaña frente a la desembocadura del Segura. El río llora a manta la muerte de una etapa histórica desperdiciada. Un hombre sin vida ante las puertas mismas de un mar escandalizado.

Los políticos, sin inmutarse, en la cantina del Congreso beben orujo de marca, invitan a la concurrencia a jarabe descafeinado con grumo de encuestas amañadas con sabor a alfalfa. Desde sus bancadas los padres de la patria mandan a sus huestes engrasar cuerpos y fusiles para las próximas elecciones de noviembre. El cuento de nunca acabar. Más de lo mismo. No tenemos remedio. Siempre la misma batalla.





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