Los rojos en algunas zonas de la geografía española fueron más de derechas que el caballo de Abascal. No solo en Campos las hordas marxistas asesinaron y se tomaron la justicia por su mano. Me cuentan también que en Azulada, milicianos hicieron morcilla (sic) con el cuerpo asesinado de una vecina del bando contrario. En tiempos de Guerra las verdades se revisten de mentiras. En nombre de la ley se cometen las mayores injusticias.
En mi oratorio privado hace tiempo que no hay santo alguno de mi devoción preferida. A estas alturas de la política ya no me escandalizo que las nobles ideas no se correspondan con sus prácticas debidas. Lo que no quiere decir que uno no tenga sus particulares creencias, como el que los árboles crecen de pie, que las aguas van a parar al mar y que el sol cada mañana aún sale para todos.
En Tiempos de guerra, el autor da forma a su libro con unos escritos de su padre, (testigo y parte activa de la guerra civil española). A través de un estudio riguroso y pormenorizado, entrevistas, archivos, prensa y otros documentos desgrana el sinsentido y los avatares de la misma. A partir de estos datos y otros que él mismo rescata como reportero de la memoria de algunos de sus convecinos, con la habilidad descriptiva que le caracteriza, reconstruye lo que en Campos de Río, su pueblo natal, supuso la Guerra Civil Española.
En tiempos de guerra el eterno absoluto de las esencias inmutables, la libertad y la igualdad, es a veces guiso barato al alcance de insaciables y famélicos consumidores reaccionarios.
En tiempos de guerra, cuando las bombas y los cañonazos, el odio y la venganza se erigen en la ley del talión, todo se viene abajo.
En tiempos de guerra los instintos se desatan. La cordura es la demencia, un santo de escayola es el mismo diablo en persona. La balanza del derecho es torcida e inclinada.
En tiempos de guerra, el orden es un atropello; y la igualdad, el reparto más injusto. Los sentimientos más profundos son utilizados al servicio de unos principios tan bastardos como patrioteros.
En tiempos de guerra, la gobernanza es el caos. Y hasta los ríos y las estrellas confunden sus órbitas y derroteros.
El que en los dos bandos se cometieran desafueros, no quiere decir que las ideas defendidas por unos y otros estuviesen a la misma altura, o merezcan igual consideración. Como dice el propio Juan Abenza, no se pueden meter en el mismo saco a unos y a otros. Él conoce quienes fueron los que ilegalmente se hicieron con el poder e impusieron a los vencidos un estado, un régimen opresor cruel y cainita. Abenza bien sabe quién fue el que dio un golpe de estado contra un gobierno legalmente constituido.
El autor de Campos del Río en tiempos de guerra no pretende entrar en las causas múltiples que llevaron a los españoles a enfrentarse fratricidamente. El impulso que le mueve no es abundar en la tesis ya estudiada y repetidas acerca de las motivaciones históricas, internacionales, estratégicas y políticas de la Guerra del 36 en España.
Presumo que lo que quiere Abenza Valverde con su libro es honrar en la persona de su padre, leal soldado del ejército republicano, a todos sus paisanos (milicianos como nacionales), que de buena fe combatieron en la contienda civil española. La razón principal que anima a este escritor, según sus propias palabras, es presentar el drama humano que supuso, en un pueblo sumido en sus quehaceres intrahistóricos, el torbellino de una guerra civil que lo trastornó todo
Los hechos que tan minuciosamente constata y describe de modo ameno, brillante y humano, no son extrapolables a otras situaciones y zonas de la misma piel de nuestra geografía, donde los combates, el compromiso y la lealtad a la República, a pesar de sus errores, fue meritoria y digna. No pretende el autor en ningún momento convertir en paradigma su particular visión de los hechos. Ninguna guerra es maestra de nada. Los desafueros cometidos, las anécdotas y revanchas no pueden erigirse en valor o en norma. De lo particular a lo general no vale la correspondencia.
Si alguien, después de leer este libro que hoy precisamente acabo de terminar, sacara la conclusión que Abenza Valverde pretende sacralizar los hechos particulares que constata, se equivocaría. Su objetivo, no es mostrarse partidario o imparcial de lo que narra, sino de enfocar a la persona, a la gente, a la masa, para que sea el lector con su juicio el que ponga a remojo su conciencia.
Y acabo este pequeño comentario a Campos del Ríos en tiempos de guerra, editado por el Ayuntamiento de este pueblo, subrayando sin más uno de sus párrafos. Escribe Juan Abenza en la pág. 235, refiriéndose a Diego Pérez, uno de los encausados en el asesinato de José el Fiscal:
Llevaba en su ADN -como se dice ahora-, la sumisión, la mansedumbre y la humildad propias de la clase trabajadora rural de los pueblos de España, esa clase doblegada que desde siglos, echó la culpa de su situación a la fatalidad del destino y no a la injusticia del sistema,Y es esta misma afirmación la que a mí me lleva a levantar la voz en favor, no sólo por los sumisos sin culpa, sino también por aquellos otros que fieles al llamado de su conciencia, se rebelaron contra un sistema injusto y fueron represaliados y ajusticiados por ello. Y si alguien dijera que con estas consideraciones somos retrógrados mirando al ayer, sepan que el futuro nunca se construye al margen del pasado.
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