domingo, 4 de agosto de 2019

La felicidad cuesta menos de cuarenta euros



Literatura fácil, fácil por lo fácil que entra, agua fresca en una tarde de agosto, a 37 grados. Ese aparente escribir espontáneo no está exento de estilo y virtud. Expresar los sentimientos con la transparencia y espontaneidad de Delacourt es de agradecer por su laboriosidad literaria. El texto recala sobre los poros sedientos de mis emociones sin darme cuenta. Sabe ponerse el autor las zapatillas de mi andar por casa.

Escribir sobre lo cotidiano, la aparente insignificancia del acontecer diario no es lo que mola, lo que me engancha es la soltura de su escritura, como si a mí mismo le ocurrieran las cosas que dice, o tuviera yo los mismos deseos que la protagonista.

La novela no va de héroes ni de princesas. A no ser que regentar una mercería de barrio, así como sortear las relaciones con tu marido, o tomar un café con tus amigas a la salida del trabajo, no sea algo maravilloso, un quehacer equiparable a la procuraduría online de un extenso marquesado.

Puede también que mi juicio positivo se deba a la lógica influencia de la naturalidad de la escritura frente a la artificiosidad prosaica de mi manera de pensar. Pues necesitan mis complejas aficiones librescas, así como mis anhelos altruistas, filosóficos o trascendentales, mezclarse de vez en cuando con la naturalidad y simpleza, la sinceridad y llaneza, por ver si se me pagara algo.

Tengo cuarenta y siete años. Ya está dicho. Y ese decir que, como la espuma rápida, se escapa de una botella de sidra recién descorchada, es lo festivo de este mi leer veraniego, que se derrama sin mezquindades ni apuros, sentado a la sombra del rincón de mi tranquilidad solitaria. La edad nos aleja de nuestros sueños, nos acerca cada vez más a la sabiduría y al silencio.

¡Claro! que La historia de mis deseos me huele a literatura rápida, un tanto esotérica a lo Coello, pero como los pollos asados que vende el Piquio, mi vecino, me sabe a gloria, sobre todo este domingo de verano que no tengo ganas de cocinar.

El amor no resiste la verdad. El amor es ciego, mentiroso. No se da cuenta que nuestro amante no es todo lo bueno y conveniente que nosotros creímos; pero a pesar de ello, es lo mejor que nos puede pasar. El libro tiene ramalazos consentidos de un velado machismo, no del todo desagradable. El hombre para la mujer resulta un manazas, poco hablador, su perspicacia no va más allá de lo que sus ojos palpan, el que lleva la iniciativa a la hora del sexo. Una mujer necesita que la necesiten. La protagonista es feliz a pesar de no haber cumplido los sueños que de joven tenía. Y esta resignada felicidad de una esposa es lo que me produce tirria. Tirria es a lo mejor lo que Gregoire Delacourt haya querido insuflarme con esta conyugal historia de verdades y engaños a medias. No siempre a base de sublimar lo ordinario se consigue un buen poema. Hacer atractivo el sinsentido por su falta de significación puede llegar a ser hasta bonito:

Mi Lu
mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma

(Mi lumía. Oliverio Girondo)

Yo también como Jo, como Jocelyne Guerbette, quisiera hacer una lista de las cosas que el dinero no me puede dar, para así saber lo que valen las cosas que de verdad merecen la pena. Tener dieciocho millones de euros es como estar junto a una mecha explosiva en una cantera del más preciado mármol de Carrara. La felicidad cuesta menos de cuarenta euros.

1 comentario:

  1. Madre mía, Juan ¡Ganas locas de leerlo! Sabio eres. Deleite absoluto eo leerte...¡Y ser feliz comiendo ese pollo asado, también! Besoabrazo

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