lunes, 12 de agosto de 2019

Birlocha en noche de vendavales



Cada día mi vecino de riego se levanta con un dolor nuevo que, junto a la gran pena que acumula desde su nacimiento, da cuerpo a su estructural hechura: la contradicción de sentirse agradecido a la vida en medio de sus pesares. Ha venido a pedirme el agua. Mientras termino de regar las dos hileras de tomateras que me quedan, hablamos. Hablamos de mujeres. Mi vecino con la claridad que le caracteriza como persona sensata y rústica, acostumbrada a llevarse bien con sus labranzas, animales y aperos, me dice:

Mi Francisca es lo menos malo que me haya podido pasar. Pues a la vista de cómo está el panorama, estoy muy a gusto con la mujer que me ha tocado como pareja.

Echo el tablacho y dejo que el agua pase a su bancal. Ya se encargará él luego de cerrar el portillo principal, para que la acequia siga regando la tierra de todos. Me siento ahora sobre el ribazo a contemplar el agua almacenada en el alcorque de los limoneros que dulce se filtra jugosa entre la tierra abonada.

Yo también tengo, como mi vecino, esposa de la que presumir o quejarme. Pero el amor a veces acaba enfrentándome a ella. Y me pregunto si no hubiera sido mejor no haberme casado. Y cuando sumido estoy en tales dudas, veo a mi vecino, como si estuviera leyendo mis pensamientos reflejados en el agua extendida entre sus frutales y mis naranjos, venir de nuevo a mi huerto. Y mi regante aledaño, con su alusión a su pragmático matrimonio, me trae al recuerdo a Alfred Tennyson. El poeta y dramaturgo inglés, que dolido contra la naturaleza por la muerte repentina de un amigo, compuso aquel famoso Poema del Alma. Uno de sus versos dice: Mejor haber amado y perdido que jamás haber amado.

No soy hombre fácil de convencer. Y le contesto malhumorado a mi vecino:
Para tal viaje no hacían falta tantas alforjas. ¿Quién aconsejaría a un niño echar a volar su birlocha de ensueños y colores en una noche de vendavales y aguaceros?

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