Mi Francisca es lo menos malo que me haya podido pasar. Pues a la vista de cómo está el panorama, estoy muy a gusto con la mujer que me ha tocado como pareja.
Echo el tablacho y dejo que el agua pase a su bancal. Ya se encargará él luego de cerrar el portillo principal, para que la acequia siga regando la tierra de todos. Me siento ahora sobre el ribazo a contemplar el agua almacenada en el alcorque de los limoneros que dulce se filtra jugosa entre la tierra abonada.
Yo también tengo, como mi vecino, esposa de la que presumir o quejarme. Pero el amor a veces acaba enfrentándome a ella. Y me pregunto si no hubiera sido mejor no haberme casado. Y cuando sumido estoy en tales dudas, veo a mi vecino, como si estuviera leyendo mis pensamientos reflejados en el agua extendida entre sus frutales y mis naranjos, venir de nuevo a mi huerto. Y mi regante aledaño, con su alusión a su pragmático matrimonio, me trae al recuerdo a Alfred Tennyson. El poeta y dramaturgo inglés, que dolido contra la naturaleza por la muerte repentina de un amigo, compuso aquel famoso Poema del Alma. Uno de sus versos dice: Mejor haber amado y perdido que jamás haber amado.
No soy hombre fácil de convencer. Y le contesto malhumorado a mi vecino:
Para tal viaje no hacían falta tantas alforjas. ¿Quién aconsejaría a un niño echar a volar su birlocha de ensueños y colores en una noche de vendavales y aguaceros?
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