jueves, 4 de julio de 2019

Ken Loach




Cae la noche y me acurruco en el silencio cómplice de la indiferencia y el individualismo. Llevo un tiempo que ni siquiera veo los telediarios por no ser agredido por la sangre que se derrama injustamente cada día. A monstruosidad, órdago y fanfarronada me suenan las provocaciones tanto de unos como de otros. Si Estados Unidos nos ataca, a Israel le quedaría media hora de vida, dice Irán al enterarse que el presidente de Estados Unidos tiene previsto una operación militar de gran envergadura antes del amanecer para minimizar el riesgo de la población civil. Ahora vendría hablar aquí de los asuntos internos de nuestro País, pero, estoy harto de tanto mareo perdicero.

Así que me referiré más bien al director de cine recientemente homenajeado. Un Ken Loach sin corbata levanta su puño obrero delante de la reina Leticia en La inauguración del Atlàntida Film Fest. Las formas no cambian el sistema. De acuerdo. Este gesto no quitó prestancia al acto, ni siquiera arrebató un ápice de esplendor a las perlas de Monarquía. Como tampoco, el otro día, exasperó a los gobiernos, defensores de los derechos humanos, el arresto de la capitana del barco de la ONG alemana, Carola Rackete, por llevar sin permiso a puerto italiano a 40 migrantes. Diariamente se producen protestas, levantamientos, acciones ejemplares que ponen en evidencia los continuos desafueros que escandalizan al más sensible de los ciudadanos... pero ¡sólo un momento! De inmediato, el sol vuelve a salir por donde antes.

El director británico e inconformista más relevante del cine social, momentos antes de la inauguración de la novena edición del Atlántida Film, se atrevió a decir que la monarquía es la cúspide del sistema clasista. Y no se cayeron los sombrajos del primer festival 'online' en Mallorca. Ya pueden conmoverse los pilares del Universo, que no pasa nada. El sistema tiene más tragaderas que la ballena de Jonás. El capitalismo ha conseguido inmunizarnos contra la movilización y la revuelta. Ha inyectado dentro de nosotros el veneno del individualismo, la competencia, el ombliguismo. La solidaridad y la militancia, descarnadas, burocráticamente se han institucionalizado en inputs robotizados, pseudo-politizados. Ya no necesitamos un encargado esquirol que nos suelte los perros. Somos nosotros mismos el látigo sobre nuestras propias espaldas.

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