lunes, 20 de mayo de 2019

Por una Europa solidaria y sin patrias





Un coche de la policía, un camión de bomberos y gente alrededor del puente llaman mi atención. Algo grave debe haber ocurrido. En el fondo del cauce una mujer ahogada, paciente, hinchada, espera al forense. Al ver este cuerpo flotando en medio de la acequia con sus bolsillos llenos de piedras, el quiero morirme y no que me mueran de Rilke me vino al pensamiento. También me acordé de la despedida póstuma Stefan Zweig: Ojalá vivan para ver el amanecer tras esta larga noche. Yo, que soy muy impaciente, me voy antes. Han tenido que cortar el agua para que el cuerpo de esta señora no se pierda entre la maleza y los tubos soterrados que atraviesan el camino que va al acantilado de los perros.

Riego yo mis tomates, alimento el peral, el melocotonero y los cuatro naranjos que tengo con estas mismas aguas que le han costado la vida a la vecina que esta mañana ha aparecido muerta por los parajes de la Fuente Arriba. El mismo sol que abrillantaba y embellecía los pechos de esta mujer, es el que a mí me irritaba y, a la más mínima, sembraba de sarpullidos escamosos mi entendimiento escabroso. Apolo no es justo con este reparto desparejo de sus rayos…

Iba yo a ver si pasaba el agua para darle el último riego a las patatas antes de arrancarlas, para que el gusano del alambre no acabara con ellas. No sé por qué, pero los curiosos que aquí estamos, todos somos de la misma opinión. Se trata de un suicidio. El gesto melancólico, la soledad reflejada en sus andares taciturnos, sus paseos a deshoras por los carriles tristes del atardecer, su semblante siempre cabizbajo por la altanería nacionalista de los cipreses engalanados, siempre despreciada por nuestro silencio distante, receloso y xenófobo… No hay duda, a esta mujer le sobraban razones para quitarse de en medio. Tenía miedo de caer enferma. Miedo de nuestra indiferencia. Miedo de su miedo endógeno. Miedo de su vejez acelerada.

Alguien a mi lado comenta: tenía cáncer de colon. Y no tenía a nadie que la defendiera. Para ella la vida carecía de sentido. Ha buscado en su muerte voluntaria el sentido supremo de la vida. O tal vez tan sólo esta mítica señora quiera llamar la atención, interpelar nuestra conciencia cómplice, ensimismada e insolidaria, frente al pangeismo imparable de la evolución.

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