jueves, 23 de mayo de 2019

El señoritingo del ático






Desde el ventanuco trasero de mi ático aterciopelado diviso todo el patio del Colegio. Ahí está el hijo de la Josefa con una piedra en la mano. Intenta hacer blanco contra uno de los pájaros que sobre la parte alta del tobogán otea desganado la tarde tonta. Los pájaros aprovechan para venir ahora al patio desierto del colegio. Rebuscan restos de bocadillos de sobrasada y queso alrededor de las papeleras, almuerzo de chiquillos sobrados que no supieron apreciar la generosidad del pan-vino-y- azúcar de una madre que se las vio canutas para dar de comer a sus ciento y un hijos. La puntería del Bernardo no está de suerte. Falla más que una escopeta de feria. Concentración y calma es lo que necesita el hijo de la Josefa si quiere matar al pájaro, –digo yo desde mi estudio acorchado contra los griteríos del llanto y las amarguras ajenas. Al zagal le pasa algo, está nervioso, no anda fino esta tarde en la que yo me tomo mi capuchino después de haber dormido mi buena siesta.

Ando precipitado en mis juicios. Si yo estuviera en este momento dentro de la cabeza de este muchacho sabría de sus intenciones. El Bernardo no pretende hacer daño alguno al pájaro tonto. Lo que quiere es sortear el tiempo, entretener su soledad, desentenderse del dolor que le aprieta el alma, lavar el llanto de su madre, dar con el malvado que hizo mal a la Josefa. Son las cinco. Desde las dos, hora que el niño salió de casa, ocupado está en saber el porqué de la pena muda y negra de la madre. Allá encerrada quedó en el cuarto de baño de la casa.

El Bernardo se levanta ahora del rincón donde, amurallado por la sombra de un sauce apenado, se esconde de sí mismo, de la vergüenza de tener una madre que sufre, que no supo cómo consolarla. El hijo al ver llorar a su madre quiso detener su llanto con un beso. La Josefa al ver la ternura del hijo, sale corriendo, se esconde en el baño. Le da vergüenza, no aguanta que el hijo la vea triste, fea, desarmada y desvalida. El Bernardo vuelve a coger un par de piedras. Se gira sobre sus talones. Se echa hacia atrás. Toma fuerza y lanza como un loco sus disparos, lejos de donde los pájaros meriendan suculentos la tarde boba, injusta y engolosinada. No comprende como un beso suyo pudo hacer tanto daño a su madre. Si el muchacho supiera que matando un pájaro acabarían los gemidos de su madre, miles y miles de gorriones mataría. Conforme sus fallos son mayores, más acelera el ritmo de sus movimientos amenazadores a ninguna parte. Ahora apunta a las farolas de la calle, a las ventanas limpias de mi casa adinerada, protegidas por la temerosa alarma de mis cortinas de damasco. El Bernardo estrella su rabia contra todo lo que se menea. ¿Por qué mi madre no sale del cuarto de baño –se pregunta el niño? No se explica cómo un beso que quiso cortar la hemorragia de su madre, pudo a ésta hacerle tanto daño. Humillada la Josefa, rápida se levantó de la silla, se refugió en el baño, sepulcro y tálamo de su inviolabilidad más íntima y sagrada.

Allí anda aún encerrada la mujer, no sabemos si viva o muerta. ¿Qué es lo que hay detrás de un llanto roto, pájaro apedreado, pena de cauce oculto y madrugada remota, que cual cuchillo afilado desgarra el vientre de una mujer ultrajada por su vecino, el señoritingo del ático?



2 comentarios:

  1. Tu sensibilidad, Juan, es extraordinaria, al igual que tú recogimiento en ella para describir una escena tan emotiva. Un abrazo.

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