Cuando los hombres no se adueñan de la historia, esta se gira contra ellos como un chacal.
(Bernard-Henri Lévy)
Vivía yo entonces con mi recién estrenada familia en un barrio periférico de la Capital. De pronto me sorprendió un tumulto callejero. En frente de nuestra casa: un colegio de EGB. Allí, en el patio, dentro del programa de actividades extraescolares, un Guiñol abierto al público. Una manera de acercar la escuela al pueblo. A finales de la década de los 70, muerto el Dictador, un aire de renovación se vislumbraba en todos los ámbitos de la vida: en la política, la moral, el asociacionismo, en la iglesia… También en la Educación. Por aquel entonces cantábamos el A deslambrar de Víctor Jara.
El hijo de la Raspa, al caer del catafalco, trataba de coger todos los muñecos que aparecían en escena. No paraba de incordiar. El muchacho quería protestar a su manera contra toda aquella gente progre que le miraba por encima del hombro. Uno de los miembros de la Asociación de Padres, promotora de aquel festejo, cansado de llamar inútilmente la atención al zagal, lo cogió del brazo y lo sacó fuera del recinto para que no continuara molestando. La Raspa, al ver a su hijo apartado del espectáculo, se abalanzó sobre este individuo increpándolo de mil maneras, cabrón, hijo puta… Menos mal que el director del colegio, para evitar llegar a mayores, propició la desaparición del hombre aquel. Fue entonces cuando ocurrió todo. Un gran número de niños y mujeres, capitaneados por la Raspa, armados de palos, piedras y ladrillos se apostaron frente a la casa de quien con su actitud originara aquel desaguisado. Rodearon el edificio golpeando fuertemente puertas y ventanas. Recuerdo que su mujer estaba embarazada, y en aquel momento también prisionera en su propio hogar con sus tres hijos pequeños. Llena de miedo, se temía lo peor. Una voz se dejó oír entre el amotinamiento: Mujer, tú, tranquila, bastante tienes con haberte casado con el cabronazo de tu marido. Hasta cerca de la media noche estuvieron apostados en la calle esperando que apareciera el marido, el vecino aquel que amonestara al hijo de la Raspa.
Alguien llamó al 091. Las fuerzas antidisturbios se personaron de inmediato. Los guardias, en lugar de aportar soluciones de inteligencia y calma al problema, se enzarzaron en una discusión demagógica ajena a su labor:
La democracia es la culpable de tantos desórdenes, –llegó a decir uno de los policías. Ayer estuvimos aquí para realizar un registro domiciliario en el que se vendía droga. Antes de ayer, para desalojar a unos okupas que se habían atrincherado en unos locales inhabilitados del Estado. El otro día con motivo de una manifestación del barrio reclamando escuelas infantiles. Es que no paramos. Con Franco esto no pasaba. Todo estaba atado y bien atado.Alguien de los vecinos se atrevió a contradecir al sargento que comandaba aquella unidad diciendo que su deber no era incitar aún más los ánimos de la gente, sino intentar que las partes en conflicto llegaran a un entendimiento. Ustedes se comportan como auténticos provocadores, quieren que la situación explote para justificar así aún más la represión, a golpes de látigo, porras y pistolas. Volver al pasado, eso es lo que quieren.
Desde este insignificante suceso del que fui testigo cuando yo vivía en el barrio de Los Rosales de El Palmar allá por la década de los 70-80 del siglo pasado, han transcurrido ya casi cuarenta años. Hasta hoy hemos podido sortear con más o menos acierto los escollos, las zancadillas que querían que volviéramos al pasado.
Y ayer, (jueves, 31-01-2019), al ver que según cierta encuesta, Vox, los ultraconservadores de ayer, la extrema derecha de siempre, obtendría una significativa representación parlamentaria, me eché a temblar.
¿Cómo es posible que la historia juegue con nosotros de manera tan caótica, desconcertante e irracional? ¿Puede alguien acaso desviar el curso de las aguas de los ríos? ¿Hacer que salga el sol por el poniente? ¿Cambiar la ley de la gravedad? ¿Convertir el mañana en el ayer?
No es justo que los almendros, en lugar de florecer en febrero, tal como corresponde ahora, nos traigan hoy lo que vomitamos antaño.
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