jueves, 28 de febrero de 2019

Planta Baja. Velatorio B



Hay quien queda para verse con su chica en el lugar más paradisiaco, a las puertas de un atardecer; en el Mirador de la Sierra el Gallo para sentir el pulso intemporal del cielo; un viernes después del trabajo en el paseo del Malecón: en la Plaza de las Flores para tomar un capuchino; al caer la noche en la Puerta falsa y escuchar a Tete Montoliu,... Yo quedé con Alicia el peor día de la semana, un martes y trece en el tanatorio de Jesús. Ningún familiar nuestro había fallecido. ¿Por qué le dije que me esperara allí? Yo acababa de leer El gran Gatsby, y estaba completamente enamorado. Le puse un wasap:
Nada más atravesar el aparcamiento, subes unas escaleras. Enfrente hay tres bancos de tabla adosados a la pared de mármol que da a la capilla. En el del centro estaré esperándote.
No debo estar muy bien de la cabeza para que lugares como los cementerios, mausoleos y catedrales me emocionen tanto. ¿Será el silencio? Quedo suspendido nada más entrar en la quietud de los espacios vacíos. Mi corazón se estremece ante la música de las sombras que con ternura infinita me abrazan. El halo eterno de los espectros me sumerge o me eleva, me coloca en un envidiable estado de confort. Las bóvedas de los panteones me protegen, me embelesan, me encumbran...

Tengo muy mala memoria. Durante mi juventud visité Interlaken, Cancún, Roma, Versalles, Milán. Nada queda en mi recuerdo de aquel vapor de ruedas sobre las aguas del lago Thun, nada de los arrecifes de isla Mujeres, nada de la fontana de Trevi, ni de La Piazza del Duomo, tampoco nada recuerdo del Petit Trianon de Maria Antioneta. Pero mi memoria conserva fresca como una rosa el dulce tálamo de los innumerables muertos sin nombre que visité a lo largo de mi vida.

No me encandila el glamour de Broadway, ni el encanto cosmopolita de Lavapiés, tampoco las visitas guiadas de la Alhambra o al Monasterio de Piedra. Al contrario, mezclarme con el llanto ajeno, poner cara al desconsuelo anónimo me atrae; y soy arrastrado como un apasionado Romeo a los pies de su extinta Julieta. Repito debo estar de atar para que todo lo fúnebre me conforte y seduzca. La muerte, exprimidor ideal, alambique perfecto para sacar todo el delicioso jugo a la vida.

El día era soleado. La primavera se había adelantado. Estábamos a mediados de febrero. Los aromas del día exhalando hipnóticos destellos consolaban a los que salían llorando de la capilla del tanatorio. Alicia no llegaba. Después de una hora, cansado de esperar, cogí el ramo de flores que traía conmigo y me dirigí a los mostradores de información.

Al joven que me atendió le dije si una tal Alicia había preguntado por mí. Repasó unos estadillos que tenía delante como quien revisa un censo electoral. Luego de mirarme con compunción no fingida, se limitó a decir:
Planta Baja. Velatorio B

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