El humo de los leños quemados del pino te entretiene, te deslumbra, pero no es lo más importante. El humo en realidad no te importa, apesta; te hace llorar.
El pino, en cambio, durante más de veinte años te dio su canto, su aroma único, su bálsamo montañero. Regalo y mirra. Creció al ritmo de la caída de tus días. Invitado predilecto de tu jubilación hortelana. Vino de las islas, recién nacido, don envuelto en una arpillera mojada. ¡Ay que ver cómo te embelesaba y te envolvía el árbol! Lo plantaste lo más pegado a ti, junto a la ventana, donde te recreabas con el verde ascendente y luminoso de su respirar armónico.
El humo te escuece, se mete dentro de ti, tiñe tu cerebro, emborrona tu sentir, no te deja pensar en nada. Más tonto de lo que estás te deja, te ahoga. El tufo se incrusta en tu piel reseca. Hueles a ceniza.
El pino, sus ramas, trapecio de tórtolas y madrugadas; su tronco estriado, escala de ardillas y palomas, te daba frescor en verano. En invierno te resguardaba de la escarcha de tus pesares. Sus nidos, sus piñas, comida de gorriones, gorjeo dulce, abrazo de la brisa vesperal, risa entonada.
El humo. Quieres contemplar de mil maneras todas las cosas bellas del mundo, lo que el humo encierra, la huerta, tu madre muerta, las llaves de la alacena, el corazón que te robaron, tu triste tierra, el chirriar naciente de las estrellas. Estás delante del humo-columna que sostiene la celeste bóveda de tus sueños inalcanzados.
El pino creció tan alto que sus raíces minaron los cimientos de tu casa, las tejas de tu orgullo. Si no lo talas, -dijo el vecino- el pino acabará contigo. Globo colmado de verde esperanza en mi mano-sierra, cortado en mil pedazos sangrando perfume de resina cicatrizada.
El humo eres tú, silueta revuelta. No aciertas a dar forma, no vislumbras su lumbre, ni tampoco atinas a ver la cara escondida del pino que huye en sombras desdibujadas. Una ventolera inesperada de rachas y sacudidas impredecibles. El humo quiere ser bandera blanca ante la grandiosidad victoriosa del día. Ráfagas airadas lo someten rendido de vuelta a su lugar de origen donde, compungido, contemplas tu hoguera.
El pino. Su recio tronco fue hito, tutor y reflejo de tu debilidad, pequeñez y baja estima.
El humo va de aquí para allá, no encuentra lo que busca. Perro tras el rastro de su hueso olvidado y escondido.
El pino fundido, invisible, talado, quemado y libre, perdido entre las alas desplegadas del humo.
El humo en su último latido-brasa, en alegre danza, ascendió a los cielos. ¡Que en paz descanse el pino!
Preciosa y veraz reflexión. Trasciende la realidad y te dirige hacia el "no saber"
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