martes, 15 de enero de 2019

¿Ángeles o diablos?




Lloraste en sequedad callada su muerte, la de tu amigo, el asesino de su propia hermana. Quisiste hacer las paces con tu pasado, reconciliarte con tu yo dividido. Y al ver en tus ojos siempre tristes las lágrimas de tus letras, después de veinte años, todavía húmedas, me dije: Tal vez Miguel Ángel haya querido escribir El dolor de los demás para cerrar su dolor y acabar así con el duelo de su amigo Nicolás. Quise saber el porqué de tu libro y sinteticé mi pregunta con el mismo interrogante que tú mismo formulas casi al final de tu novela. (Pág. 295)
¿Podemos recordar con cariño a quien ha cometido un crimen? ¿Es posible llevar flores a la tumba de un asesino?
Y me recordaste a Los hermanos Karamazov. Un Dostoievski preocupado por conocer el origen, las causas del mal. ¿Cómo es posible que un zagal, tu amigo Nicolás, que no aguantaba ver sufrir a un gato apaleado, se atreviera a matar a su hermana golpeándola con un transistor?

Por supuesto tu libro no responde a estas cuestiones. Nadie puede entender cómo la amistad, don tan bondadoso, pueda trastocarse de golpe en odio, rabia y sangre. Es para volverse loco, a no ser que el amor y el rencor estén hechos de los mismos hilos. El bien y el mal, cara y cruz de la misma moneda. Unos ojos transparentes y brillantes, ¿cómo podrían llegar a mirar de manera tan cruenta? Jean Genet, asiduo lector y admirador de Dostoievski, sabía ver la profunda belleza en criminales y asesinos. La belleza de los hundidos. Pero claro, Genet, según sus detractores, era impredecible, irresponsable, provocador, poeta maldito y baudelairiano al que le gustaba decir que Brecht no dice más que chorradas.

Me imagino, Miguel Ángel, que en El dolor de los demás, te desentiendes de estas cuestiones controvertidas y estéticas, (no de las éticas, a decir por el título que elegiste para tu libro). A ti lo que te importa es volver al pasado, no para liberarte por medio de la escritura de aquella tragedia de tus años de juventud, sino para traer el pasado a tu presente, quebrar el espacio. Escribir de lo cercano desde lo lejano. (Pág. 85). Aunque, por lo que tú mismo dices, tal vez te fuera imposible: Las palabras siempre fallan; la escritura nunca llega al fondo de las cosas. (Pág. 188). Frustración.

Te resistes, Miguel Ángel, a convertir en novela algo que viviste muy afligidamente. Ficcionar sobre el asesinato de la Rosi y el posterior suicidio de tu mejor amigo sería instrumentalizar tus propios sentimientos, derretir en letras tu propia experiencia, sacrificar, inmolar tu vida, cambiar la realidad por un desenlace, convertir en mentira lo que para ti fue una tremenda verdad. Farsa banal llamas tú a este proceder irrespetuoso.

Debo confesar que a ratos la lectura de tu libro me resultó un tanto misógina, masoquista, con ese volver y volver a la escena del inicio, al hallazgo del crimen. Han entrado en la casa de la Rosi, han matado a la Rosi y se han llevado al Nicolás.

Para los analistas literarios, supongo, que este ver la misma escena desde diversos ángulos y planos espaciados, superpuestos en el tiempo y además, observados por otras miradas ajenas a las del escritor, puede resultar innovador. Es más, puede hasta dar al libro ese aire modernista que los entendidos le atribuyen. Donde un simple lector sólo vio repeticiones y artificios, los críticos descubren originalidad. Tal vez yo sea un convencional, más partidario de lecturas lineales, lector de novelas con planteamiento, nudo y solución, donde los hechos tienen una continuidad deductiva, causal, cronológica. Aunque reconozco que jugar con el tiempo, retorcerlo, domeñarlo es una manera creativa, transformadora, escapar de la contingencia, sumergiéndonos en la intemporalidad y así hacer eterna nuestra existencia, una manera de devolver a la realidad su sentido poético, aunque en ese intento salgas tocado. No siempre fueron los poemas dulces y remilgados. Y si no preguntemos a Rimbaud: Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga.

Otra novedad: el proceso de elaboración de tu libro se convierte en su propio contenido. La novela se va haciendo, se construye al mismo tiempo que la escribes. De manera que las circunstancias que dieron origen a la escritura de esta historia se convierten en su principal temática. Metaliteratura. Una vida atravesada por la literatura. (Pág. 207). El libro se convierte en protagonista. Mi existencia parecía una reverberación de lo que había escrito, una especie de proyección de lo que quería vivir. (Pág. 85). Tu libro es un libro de verdad. Me recordaste la película El autor de Martín Cuenca en el que Álvaro (Javier Gutiérrez Álvarez) se convierte en escritor utilizando como ficción su propia vida.

Y en cuanto a tu escribir a dos bandas, dos perspectivas espaciadas en el tiempo que cuentan lo que le ocurrió a tu mejor amigo, unas veces en segunda persona, como si hablaras contigo mismo, a modo de diario, ceñido al instante en el que ocurrieron los hechos, siempre en presente; y otra, en tercera persona, más descriptiva y distante, cual corresponde a la forma de narrar en pasado lo sucedido, me hizo comprender que escribir es como vivir dos veces y que el recuerdo no siempre es una copia de lo que en su día vivimos, sino que es algo distinto, otra nueva sustancia. El pasado no es sólo una memoria inmaterial, el pasado es denso, respira se mueve hacia nosotros. (Pág. 66)

Y si empezaste y terminaste tu libro con la misma frase: Han entrado en la casa de la Rosi… también yo acabo con la misma duda con la que puse título a este comentario. Sigo sin comprender cómo podemos ser al mismo tiempo ángeles y diablos. ¿Acaso escribir no es responder a esta pregunta? Pero al igual que Sísifo, los escritores arrastramos la gran piedra de nuestras dudas sin llegar a conseguir jamás nuestro objetivo. Fracasarás una y mil veces y tendrás que empezar de nuevo (Pág. 304).

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