martes, 8 de enero de 2019

Las alimañas del bosque macho



Participabas en todos los actos a favor de la mujer maltratada. Ningún jueves faltabas a la concentración que en la plaza del ayuntamiento hacíais por las asesinadas a manos crueles del patriarcado machista.Tú nunca necesitaste amparo de ninguna ley integral contra la violencia de género. Tu marido nunca te tocó un pelo sin tu consentimiento. Eras una mujer fuerte. Aun así, no sabes por qué, no te sentías viva.

Te escapaste de casa. Era ya de noche. Harta estabas del murmullo del silencio, del cancerbero del reino y de su reina afligida, de tu estancia vacía, de las paredes calladas, de los cuadros colgados mirándote siempre de reojo, del entarimado quejumbroso persiguiendo tus pasos del salón a la cocina, de las musarañas del techo. Saliste por la puerta de atrás, sin que nadie te viera, para que el patrón del barco no te acusara de abandonar la bodega. Cansada de tu seguridad aburrida, sentiste de pronto ganas de cambiar de vida. ¿Dónde ir ya a mis años, sin rubores, sin apenas estrógeno que aticen mi corazón fidelísimo? Las calles de aquella tu juventud vivida, todas ellas habían cambiado. Me perdería. Pese a que tu marido, ¡oh, capitán, mi capitán!, siempre se había comportado como santo varón, tú no querías seguir siendo su escoba, su mesa, su escolta, su caladero de ostras Te colocaste el mundo por montera y te echaste a la calle en busca de lo desconocido cual un Marco Polo tras su ardiente piedra negra.

Un martes, después de Reyes, abandonaste el domicilio conyugal. Dejaste en el perchero del pasillo la década “prodigiosa y honrada” de tus días vividos en aquel piso de la calle Las Trece Rosas. Renunciaste al trono, a la corona de ama de casa con la que los dioses te habían ungido convirtiéndote en la emperatriz a la grupa ecuestre de un piadoso varón.

Tu cuerpo grácil y andariego hambreaba el misterio, la novedad. Retorciste el enunciado más vale malo conocido que bueno por conocer por retrógrado y girondino. Siempre pensaste que en el cambio estaba la ganancia. ¡Y vaya si cambiaste! Te adentraste en la oscuridad de los márgenes, de los sotos y las umbrías. Dijiste como el poeta: iré por esos montes y riberas; ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras. Encontraste trabajo como cocinera en un mesón del desvío. Allí conociste a otro hombre, no tan bueno como tu Matías, pero sus robustas espaldas y musculosos brazos, ramas de oliveras protectoras, volvieron a bombear de nuevo tu corazón henchido. Fue tu tutor y defensa contra las alimañas del bosque macho. Sólo por un tiempo.

Pronto el mesonero se convirtió en tu peor enemigo. El control, los celos, sus improperios. Nada de lo que decías era por él tenido en cuenta. ¿Tú qué sabes? Eres una tonta. No te enteras de nada. Aquella vez te empujó de tal manera que viniste a caer al suelo. Te rompiste los dientes contra la barra del mármol avergonzado. Entonces te acordaste de tus reivindicaciones feministas. Pero tan hundida estabas que no tuviste fuerzas para salir de aquel agujero en el que tú misma te habías metido. Ansiedad, miedos, sumisión, culpabilidad. Te dio por comer. Te pusiste como una vaca. Fuiste una vaca pastando mierda en un establo prestado. De Herodes a Pilatos.

Y de nuevo, como al principio, escapaste de aquella pocilga. También de noche. Siempre que tenías dudas acostumbrabas a sumergirte en la oscuridad. Otra vez los márgenes, los sotos y las umbrías. Al cabo de andar más de dos horas por senderos turbios, de barro y cardos, viste dos sombras reflejadas en la tapia de lo que al parecer era una granja abandonada.

Hasta entonces habías creído que cada cosa disponía de una sola sombra. Te quedaste perpleja. Nada hubiera pasado de ser una sola sombra la que tu cuerpo despedía. Habrías seguido con tu escapada. Pero al ser dos, te preguntaste: ¿De cuál de ellas debería yo huir para seguir adelante? Si te escapabas de una, la otra mientras te daría alcance. Decidiste pues detenerte en medio de la noche, siempre la noche, candelero de las tinieblas. Y en aquel compás de espera vino a tu mente aquella teoría de la teleportación cuántica, según la cual un mismo objeto puede estar en dos lugares distintos. Tu Matías y el mesonero, dos copias de un mismo tipo, persiguiéndote por siempre a través de la noche oscura de tus miedos.

Nadie que yo conozca, a no ser un esquizofrénico, huyó como tú lo hiciste, escapándote de aquellos espectros. ¡Bravo, mujer valiente!


1 comentario: