domingo, 6 de enero de 2019

La estrella del humo


Mañana serás humo –dijo el guardián del crematorio de Dachau al hombre de la estrella amarilla en su uniforme rayado.

Fiesta de los Reyes Magos. Calendario Gregoriano.

Frente a los abrazos sin nombre del humo, se entretiene ajeno a preocupación alguna ante la estrella de su iluminación esperada. Seducido por la nada blanca de su humarada, performance sin representación ni trama, ni alma.

Para no ser absorbido por la fatua nube inofensiva y obsesiva, para no ser absorbido por esta nada, para no ser nublado por la estela trenzada del humo, intenta dar cara, color y cuerpo al bosquejo que la estrella del humo dibuja sobre el encerado verde de los cipreses. ¿Quién podría rellenar de algo la nada?

Espera sin esperar, desentendido de la espera. No hay manera. Del humo no sale el fuego. Lumbre alguna se le revela. Ni la Ciudad, el Campo, ni el Mar. Tampoco la Montaña le dio las tablas de los panes y el vino, los peces y el lenguaje. El humo como Moisés, es tardo en el habla y torpe de lengua. No hay revelación para quienes no lleven ya en su corazón la profecía de su carrete revelado. Busca dentro y fuera del humo lo que le dice el humo. No encuentra código ni pin con el que encender la lámpara del sentir de su mente quieta. Al donante que trasplantó su cerebro se le olvidó darle el libro de instrucciones para entrar al sistema de diagramas incomprensibles. Duerme inquieto el humo.

Siempre quiso estar lejos de donde estaba. No le importaba estar en el rincón más bello, cutre o apartado del mundo, a orillas del río Buen Amor, en Palomeras Bajas, en Berlín, en Belén o en Florencia. A lo único que aspiraba, nada más llegar a un sitio, era salir lo antes posible de la cueva de aquel lugar. Culo de mal asiento -le decían los pastores del pesebre.

¿De qué, de quién huye el ciprés del humo? De sí mismo, de su calor que no prende. En contra de la misma gravedad que todo lo arrastra ¿quién lo atrae, quién lo llama? ¿Quién lo desplaza hacia arriba, espantándolo siempre de su partida? Humo, río contra corriente. Los naranjos, las hortalizas miran de reojo al humo. ¿Qué se habrá creído? Se envalentona iluso. ¡Ni siquiera es pelufa de caña!

El humo quiere sobrevolar por encima del bancal de coles que engalanan de oro, incienso y mirra esta pagoda terrenal de deidades y arboledas. Cree que allá en la altura encontrará algo mejor que lo que deja. No sabe el humo que antes que nada su alma blanca se dará de narices, se desintegrará en el aire rosa que engalana la caída del día. Y ni siquiera así, sabiéndose nada, tendrá conciencia, no podrá saborear el placer de serlo todo en su piramidal vacío.

El humo maldecirá ahora, desde su allá arriba etéreo, su éxito emplumado. Haber dejado a pie del suelo el amarillo de los vinagrillos, los azules de la alfalfa le costará caro. No quiso ser planta, ni llama. Se encumbró sobre sí mismo para llegar a ser nada. 

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