domingo, 30 de diciembre de 2018

Qué bonito sería que fuese Año Nuevo to los días





Te daba pena verlo siempre tirado en el camastro con los ojos abiertos mirando a las musarañas de las colañas de su cuarto oscuro… Que tú recuerdes jamás lo viste reír. Ni siquiera aquella vez que para sacarlo del pozo de su tristeza lo invitaste a un concierto de los Mojinos escozios. Entonces, sí. Bailó y hasta tatareó aquel tema Qué bonito sería que fuese domingo to los días. Pero de sus labios, estirados elásticos de un tirachinas siempre dispuesto a disparar su malhumor contra ti, no salió ni una mueca de satisfacción o bulerías. Tú estabas acostumbrado a sus desplantes cañeros. Que contigo fuese duro e injurioso la mayoría de las veces, no era de extrañar. Por experiencia sabías que a veces uno es más cruel con la persona a la que quiere, que con la que no te toca nada.

Concretamente, tú te comportaste con tu mujer de la misma manera. Ante los demás siempre muestras tu mejor cara. Aquella vez sin embargo, con ella fuiste muy desconsiderado.

Si se te ocurrió invitar a tu hermano a la actuación que los Mojinos daban aquel final de año, fue precisamente por dejarla plantada, para hacerla sufrir. Aquella misma tarde habíais discutido. Ella había quedado salir (tú incluido) con los vecinos del piso de arriba. A ti, no es que los vecinos del quinto te caigan mal, te caen fatal los del primero, metatarsianos los del segundo, hasta los del décimo, si es que el edificio donde vives tuviera diez plantas, te parecerían más huevones que las avestruces.
No soporto su empalagosa urbanidad. A cada momento pide perdón sin venir a cuento solamente para hacernos callar a todos y hacer así valer su palabra como trompa de elefante ante su rendido auditorio. Así que no me esperes. Esta noche mi hermano y yo nos vamos de juerga.
A ti lo que te da rabia es su manera educada y dulce con la que el marido de Ana me mira.
Vale, tú lo has dicho. Vete si quieres a cenar con los pijos de tus amigos del quinto. Conmigo no contéis.
Ella se quedó descompuesta. Por supuesto, tú también, pero por motivos distintos. Nunca pensaste que sería capaz de irse sola a cenar con Ana y el pamplinas de su marido.

Diste un portazo y te largaste de casa en busca del macarra de tu hermano. Lo sacaste de la cama casi a rastras. Sólo cuando le enseñaste las entradas del concierto de Los Mojinos se deshizo de su modorra porrera.
¡Qué me dices! Me haces el hombre más feliz del mundo.
Los dos salisteis del antro aquel de la calle de Las Mulas donde vegetaba tu hermano. Dos alpicoces cogidos del hombro en dirección al auditorio del parque Fofó donde el Sevilla y su grupo metal heavy actuaban aquella noche de san Silvestre.

Tu hermano a eso de la mitad del concierto, viene y te dice:
¿No es aquella tu mujer, la del pelo pimienta, la que ahora se morrea con aquel pringado del quinto?
¡Imposible! Al marido de Ana nunca se lo ocurriría venir a ver a los Mojinos. Él es más de Marta Sánchez, la patriotera de la vieja marcha granadera.
Bien sabes que tu Abel nunca se equivoca. Incluso cuando miente siempre tu hermano dice la verdad. Te abrazas a él casi riendo de llanto. Cabreado lo arrastras hacia la salida del recinto. Fuera, una farola fundida os da las buenas noches. Galanes y cortesanos os doblegáis ante ella, le rendís pleitesía. Le besáis, los pies, las manos. La farola se enciende cachonda de gusto. Los dos agradecidos y medio chungos, iluminados por sus guiños de leed blanca, le cantáis a la bombilla ecológica vuestra salve rockera:
Qué bonito sería que fuese Año Nuevo tó los días...

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