domingo, 25 de noviembre de 2018

Fluir pantagruélico




Al sentir el aroma del café, nota el correr de la vida por los ríos de su cuerpo. Cuando habla de la vida en abstracto se le presenta vacía. Duda de ella como de los ovnis y de los gnomos. Él, tan trascendente, hasta del Dios Absoluto, que dicen está en todas partes, tiene sus dudas, pues su metafísica presencia-ausencia nada le dice. La vida más bien se le muestra en el cuerpo desnudo del huerto que tiene delante, paisaje para el reposo de sus besos que dijera Juan Ramón refiriéndose a Zenobia, a sus codos, márgenes y muslos.

La vida es ver caer una hoja, escuchar crujir su chasquido en este otoño lluvioso, oír el viento, el lento palpitar del latido de la aurora. La vida es tocar y arrimarte a la carne caliente de quien duerme a tu lado. La vida es levantarte de madrugada, sentir como el aire fresco de la mañana alienta y se dirige al Llano. La vida es contemplar complacido el corazón de las coles cubiertas de rocío junto a la acequia, percibir el ladrido de un perro allá en la lejanía cual aguda campana del tiempo que suena a infinitud, a llamada de alerta y tránsito. La vida es sentirse agraciado por la oportunidad de vivir las cosas al menudeo, oler el respirar sosegado de una flor, saborear el agridulce de una mandarina recién cogida del árbol.

La vida es palpar unas callosas manos, la recia y noble dureza de las penas y alegrías, sus querencias, el sinsabor de la cosecha plagada por la araña roja, el pulgón y la rosquilla. La vida no es aferrarse al presente inútil y esquivo. ¿A quién se le ocurriría en esta fluorescente alborada apuntalar y clavetear las nubes en su fluir pantagruélico?

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