Recuerda el marido que en uno de sus primeros encuentros con su mujer de ahora, antes de ser novios de hecho, ella le describió a su pareja ideal. No le habló en concreto de nadie. El joven para responder a esa idea suya, se esforzó, en el periodo de la conquista, por ajustar su imagen y su carácter lo más preciso a la idiosincrasia que la mujer le dibujó. Así fue como el muchacho entró en el corazón de su prometida, maquillando su figura, disimulando su nimiedad, retocando su avinagrado gesto, afeitando sus patillas al gusto de alguien a quien jamás había visto en su vida. Hasta llegó a cubrir su cabeza con un hongo por sombrero. Un récord en restauración. Todo un proceso de reconversión personal al que se sometió con éxito. Puesto que la mujer al final accedió a su petición de casamiento. Todos a fin de cuentas acabamos pareciéndonos al patrón que los demás formulan y esperan de nosotros.
La trasfiguración del marido duró un tiempo, los primeros años de casados. Hasta que un día inesperado aquella imagen del hombre ideal que la mujer le describiera tiempo atrás se metió entre las sábanas de la pareja. La fusión creada se esfumó. Todo el trabajo que el hombre hizo por remodelar su figura a un perfil determinado e impuesto se vino abajo. Tiempos de rutina, inapetencia, aburrimiento vinieron en el matrimonio. A partir de entonces siempre que el marido intentaba hacer el amor con ella, la veía abrazada y suspendida de las caricias de aquel otro hombre poetizado por la que ella suspiraba en sus años jóvenes. No te pareces en nada al hombre con el que yo me casé, -llegó a decir un día la mujer al marido.
El colmo de esta situación ambigua en la pareja tuvo lugar aquella noche en la que el marido oyó gemir el nombre de otro hombre que no era el suyo mientras los dos hacían el amor. La efusiva situación del momento en el que el marido gozaba habiendo penetrado dentro de ella le impidió hacer mención alguna a equivoco tan inoportuno. El hombre dijo para sí: La tergiversación de un nombre no altera el producto final.
Pero desde entonces el marido se empeñó en dar con el paradero de un rival sublimado por la mente insaciable de su mujer. En el juego amatorio de su relación con la mujer necesitaba el hombre de aquel otro hombre en el que su mujer piensa cada vez que están en la cama. Sin esta presencia figurada imposible culminar cualquier amor.
El marido ante esta realidad, para él cruda e inaguantable, (puesto que sigue queriendo a su mujer con locura), acude a los consejos de un amigo para que este le ayude a encontrar al amor soñado de su mujer:
Nada sé de este hombre. ¿Quién puede ser? Si lo supiera, acabaría por ser él. Todo quedaría resuelto.El amigo manda a hacer leches al amigo:
Al que con tanta avidez persigues, nunca darás alcance, es un aborto de tu calenturienta imaginación. Es más fácil atrapar tu propia sombra que dar caza a ese tal supuesto rival del que me hablas.
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