Te odio y te deseo, te persigo y te detesto. Siento pánico de verme atraído por el vacío de tus patas siempre en polvorosa. Me arrastras como las aguas de un río tras la tormenta, como las olas del mar hacia el acantilado, me enredas como la tela de araña, como las tinieblas. No te pareces ni al mar, ni al día, ni al color, ni a los árboles, eres mi ausencia, como la de Dios, como la de un año sin lluvia, sin primavera, un viejo sin asilo ni pensión, como la cabeza sin cuerpo del perro de Goya, devorador de la luz, del aire y el verde que me faltan. Siento envidia de ti. Siempre te veo como María Magdalena, abrazado a mi tronco exangüe y desarbolado.
No te deseo por ello la muerte. Quiero mantenerte en vilo, crucificado, atado a la soga de mi nombre, quiero conservarte siempre vivo para poder sacarte en procesión cada semana santa.
Si algún día los narcos te descuartizaran por la cocaína que les robaste, (han puesto precio a tu cabeza, 70.000 dólares), si te condenaran a muerte por separarte de tu amo, por secuestrarme, no lo dudes, pediría tu indulto, no quiero verme muerto. Antes te despellejaría para poder sacarte el corazón y trasplantarlo, todavía latiendo, en mi pecho y así poder querer como tú me amas. Prefiero que sigas siendo mi sombra a no ser nada.
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