viernes, 19 de octubre de 2018

Sin negocio no hay literatura






Desde la noche que en Astucias de mujer oí decir a Cristopher Walken por boca de Vanni, (un editor estadounidense), que sin negocio no hay literatura, supe que jamás un servidor llegaría a ser escritor. El horóscopo bien claro me lo decía: los nacidos bajo el signo de piscis que se abstenga de jugar a la brisca. Las ganancias no son su sino.

Pretensiones fallidas al margen, yo sigo considerando la tarea de escribir como una actividad encomiable. La escritura para mí no es nada y al mismo tiempo lo es todo, ese todo sustancioso como el aire que le da alas a Alec Bolton (Jonathan Pryce) y lo convierte en vanidoso y engreído.

Y al hilo de esta película de Charlotte Brandstrom, me viene al recuerdo aquella disputa entre Diógenes y Platón en las escalinatas de la Academia de Atenas. Mientras uno definía al hombre como bípedo implume, el otro añadía, sí, pero de uñas planas. Tanto el de la Caverna como el cínico de Sinope se devanaban los sesos por encontrar las diferencias entre la especie humana y los demás seres vivos, ya sean ambas manadas, de engorde, de pelo liso, cornúpetas, de corral o asilvestrados.

No sé si los filósofos, desde entonces hasta hoy, habrán tenido tiempo en dar con las características definitorias del ser humano. El lenguaje, la conciencia, el pensamiento, el jugar a la brisca, la imaginación y en este caso la escritura, podrían estar entre las más señaladas.

Por eso aquel día me encantó ver a aquel escritor esclafado como una llueca delante de una hoja en blanco y dar rienda suelta a su imaginación creadora. Y luego de no sé cuántas firmas y paridas, se bajó de su pedestal escriturero y exclamó rotundamente delante de todos los que nos encontrábamos guardando cola en una de las casetas de la feria del libro del Parque del Retiro aquello de ¡escribir es vivir!

Y al oír semejante aporía, mi amigo Pablo el Simple, que a la sazón me acompañaba en aquel día de celebraciones literarias, le contestó al egocéntrico plumífero:
No escribe mi madre, ni mi vecino el panadero, ni el veterinario que salvó a mi gata de aquella peritonitis aguda, ni el cerrajero que me abrió la puerta aquella madrugada que medio cuba regresé a casa después de una noche toledana… Todos ellos me devolvieron la vida. ¿Acaso no es esto la mejor graduación que distingue a todos ellos como auténticos seres humanos?
Mi amigo el Simple, envalentonado al ver la cara de circunspección que los presentes pusieron al oír lo de medio cuba, continuó con su soflama:
La joven que se pone delante del espejo y moldea su cara para que el muchacho que la corteja la vea guapa, el niño que falsea las notas de la escuela para que sus padres no le echen la bronca, el carnicero que sueña con montar una granja de caracoles, y hasta yo mismo, el más bruto de los habitantes de este pueblo que no sabe hacer la o con un canuto, pondría en jaque cual Dios supremo a mi imaginación creadora para recabar las miradas de Carole Bouquet, ese oscuro objeto del deseo del que hablara Buñuel.

1 comentario:

  1. ...pues eres escritor y bueno. Hay oficio en tus letras. Pero no hay que escandalizarse por lo "sin negocio no habria literatura"; se puede aplicar a cualquier oficio, hasta el de luchar con los terrones de la tierra y la lluvia. Porque tenemos muchas necesidades necesitamos del servicio de muchos que sepan cómo resolverlas, y hasta los que juegan a la brisca nos alegran la vida con sus gritos y enfados. Eres bueno, muy bueno, Juan.

    ResponderEliminar