viernes, 3 de agosto de 2018

Alocado chicharrero verborrágico








Guarda todas las cartas recibidas de su novio en un fajo como billetes de banco. Después de cincuenta años las vuelve a leer sentada en el rincón preferido de su tranquilidad solitaria bajo las uvas a reventar del quemazón de esta tarde, tres de agosto del dieciocho, y se siente como un demiurgo, como un chamán capaz de activar con su ensalmo cualquier realidad anteriormente vivida. Cual diosa del tiempo detiene la rueda de su pasado hasta llegar a colocar el ayer y el ahora en el mismo punto de la esfera de su historia. Baraja las cartas de sus días y se queda con aquella que es más de su agrado. Y así cual mariposa caprichosa a libar se posa sobre la flor más apetecida. Pasado futuro y presente son para ella ahora lo mismo.

Supongamos que esta tarde, en la que se derriten las montañas encrespadas de su cuerpo a cuarenta grados a la sombra, quisiera convertirlas en refrescantes glaciares apasionados… Pues, ¡manos a la obra!, pasa página, busca esa carta y se coloca en pleno corazón de aquel suceso feliz que otrora tal vez su amor le carteara.

Y en lugar de defenderse de los rayos inclementes de un sol asesino en plena siesta irresistible, se holgazanea enamorándose de nuevo como si tuviera diecisiete años bajo la sombra refrescante de una parra moscatel. Y ve cómo los don pedros blancos, morados y rojos que adornan la entrada de su casa viuda y sola, la sacian con pasión actualizada. Para oler el aroma de un clavel cada vez que le apetezca, sólo tiene que teclear la palabra primavera y darle al enter o sustituir chicharrero por amor. Pero para eso quien le escribiera aquella carta bien debió reflejar por escrito lo que en aquel momento por ella sintiera. Y si tal vez supo ajustar la hermosura de su mundo real al mundo de aquella carta escrita, de tal manera grafía, acción y sentimiento se corresponderían, que ahora ella podría recrear aquel su beso recibido en la postdata, bajándose aquel flujo que de rezumar nunca cesa. Sólo así ella podrá vencer los calores de esta tarde que la inhabilitan para cualquier cosa que no sea no hacer nada.

Hay escribidores de cartas que sus letras son superiores, están por encima de sus vivencias, y así compensan con bella textura la poquedad y el sinsabor de sus experiencias; los hay, en cambio, que aun siendo un volcán encendido su agitado corazón andante, tan grande es la intencionalidad de sus palpitaciones, que éstas les impiden plasmar en código escrito las vibraciones de su vivir enamorado. En este mundo de desigualdades aparentes, el mundo emocional, el sentir íntimo es inalienable, y todos, indiscutiblemente todos, somos dueños exclusivos de nuestros invulnerables sentimientos. Todos, aunque seamos analfabetos en temas de retórica y gramática, cuando se trata de sufrir o de amar, no lo somos.

¡Qué no daría yo en esta tarde de agosto tórrido e inclemente por saber reconvertir el chicharrero de este golpe de calor en hojas trémulas y péndulas llenas de confortable temperatura, hojas, letras de enamorada humedad, y que cual generoso amante cubriera de frescor y ternura este cuerpo mío irritado por aqueste sol que hasta para amar me incapacita!

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