domingo, 26 de agosto de 2018

A desalambrar



Cada vez nuestras vidas dependen más de una clave, de un código, de la invisible contraseña que sin enterarnos nos mantiene a todas horas intoxicados por los virus que nosotros mismos generamos. Cuando el enemigo nos robó el pan, la cama, la calle y el canto, nos crecimos, nos rebelamos, levantamos el puño. La sola presencia de nuestro carcelero, antes de que diésemos el primer salto delante de los grises, nos hacía exclamar confiados: ¡A desalambrar, a desalambrar que la tierra es nuestra…!  Luego, fuimos esposados, encerrados, enmudecidos, pero jamás pudieron arrebatarnos la esperanza.

Hoy es distinto. Nuestro dictador se esconde tras un asterisco. No hay forma de visualizarlo y así hasta la más pequeña ilusión de derribarlo es una quimera. Franco descansa bajo la lápida de nuestra propia sepultura. No es fácil desenterrar a un muerto. Sobre todo si los muertos somos nosotros.

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