Comentar un cuadro de Juan es hablar de todos ellos. En cada obra suya se incluyen como en el Aleph de Borges todos los puntos habidos y por haber de la circunferencia del cosmos.
No hay ningún pintor, ni Picasso ni Miró, ni Velázquez ni Dalí, ni siquiera un grafitero que pintara una paloma, el busto de una mujer, el azul de un mar de anhelos, el renacer de un tronco seco, el mural de Carmen Conde... y del pincel de sus alas saliera volando lo real, el ave de su inspiración creadora.
De ahí la pasión interminable de Juan L. Bermúdez: encontrar en la pintura respuesta a tanto desbarajuste ético y racional. Deseo y realidad. Representación ficticia, que diría Lacan. Cazador hambriento de esa mirada profunda y limpia en busca de la verdad, ese beso que se escapa.
Dicen que el arte libera al mundo de su vileza, de sus cadenas. No lo sé. Yo sólo sé que miro este mural de Juan y en él siento de la mujer su protesta, su grito por el saber, esa oración que nace del cuajerón de la sangre de una tierra dolorida que gime el parto de un sueño. Y tras mi confusión, (pregunta inquieta y conmovedora de toda la obra de Juan), veo salir del cruento bermellón de sus colores, a veces tristes, el blanco conseguidor y luminoso del dorado alegre de una esperanza: la espiga, puerto, cielo y flor de harina.
Juan precioso; queremos leerlo despacio, Eres un poeta. A nuestro amigo Juan le gustaría mucho. el también recreaba el lenguaje para hacerlo más bello.Mercedes
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