miércoles, 25 de abril de 2018

Tres pasiones






Era la primera vez que entraba a Cartagena por el Hospital del Rosell. Hasta ahora, cada vez que desde Murcia venía a la ciudad departamental, los últimos diez kilómetros, los hacía desde El Albujón, pasando por Los Dolores, hasta desembocar en La Redonda. Desde allí esta gran plaza anfitrión me conducía a cada una de las zonas objeto de mi visita.

Cansado de ver las cosas desde el mismo ángulo, paso de la belleza que, por repetitiva, parece ya no serlo tanto. Mis ojos para salir de su ceguera y aburrimiento necesitan situarse desde otra posición. Por eso, cuando un mismo camino me ofrece nuevas panorámicas, agradezco al nuevo trazado de la carretera la oportunidad de contemplar en sus distintas variaciones la hermosura a mi alrededor olvidada.

Las modernas autovías nos descubren paisajes que, aun estando ahí siempre, hasta ahora habían permanecido ocultos. Estos recién estrenados ángulos de visión tienen la virtud de enriquecer nuestra mirada, ya no porque lo que ahora veamos sea más natural y variopinto, sino simplemente porque nuestra perspectiva es distinta.

Igual me ocurrió una mañana, al salir de casa. Vivía yo entonces en el barrio de santa Eulalia, enfrente de lo que hoy es la librería Ítaca. Nada más finalizar la calle de san Antonio, a la altura de la antigua Tabacalera, la demolición de un viejo edificio me permitió contemplar la torre de la catedral de otra manera. Me pareció más alta y esbelta. Me sentí como en otra ciudad. Esa misma torre, la que siempre fue guía de mis correrías de juventud, vista ahora desde un nuevo callejón demolido, me abrazaba de nuevo como si ella y yo no fuésemos ya los mismos. Esta nueva estampa, hasta ahora inédita, me hizo apreciar más si cabe el arte hasta ahora oculto de una de sus miradas para mí más señeras y emblemáticas. Pero no por ser distinta y nueva la situación desde la que contemplamos la misma realidad, su visión no siempre es agradable, pues en ocasiones puede reflejarnos su plano menos favorecido.

Así fue esa tarde de un cuatro de setiembre de 1992 mi llegada a Cartagena por su lado este, el que da al mar. Un cuchillo de asfalto recién afilado sobre la selva industrial del Valle de Escombreras sangraba recuerdos amargos de otrora cuando con militancia y ardor pateábamos esos frentes de guerra sembrándolos con cuajarones reivindicativos. Metidos en guaridas inmundas soportábamos el plomo y la silicosis de su mortífera atmósfera. Y herido fui de nuevo por el ocre corroído de los montes de La Unión. La amargura de nuestro antiguo sacrificio, amasado con el recuerdo de la explotación de aquellos mineros sepultados por el abatimiento de una muerte temprana, me hizo revivir con dolorida nostalgia la causa de nuestro joven compromiso.

Un viejo amigo de antiguas trincheras había sido ingresado en la Uci a causa de una angina de pecho. Nuestra visita por tanto a Cartagena de sobra estaba justificada. Al pasar por la Venta del Puerto, compramos unas morcillas y un pan de carrasca. Nuestro amigo, sentado bajo una espesa mimosa, nos recibió entre libros y cuadernos, recortes de periódicos y una taza de café. Angina, garganta, ángor, estrechez, angustia, pasadizo, ahogo, espasmo. Estas fueron las palabra que en tan sólo unos segundos escogió nuestro amigo para hacerme ver su mal trago pasado. Cinco días entre máquinas, sueros, controles y cuidados al silencio de la incógnita de un arrechucho al corazón. Le dije entonces:
Dolido en tu lucha baldía por la justicia, por acabar con la explotación y el hambre, tu corazón tal vez haya reventado. Sus válvulas dislocadas no han podido resistir la presión de tanto dolor y muerte. De ahí quizá la angustia a la que te refieres.
Y junto con Albert Camus nos preguntamos por el sufrimiento de los justos. La gran sensibilidad cósmica, política, humana y social, (no olvidemos que nuestro amigo era un artista) erosionaron los ventrículos, sede simbólica de su gran amor almacenado. Me esforcé, no muy convencido, en demostrarle que la luz del día sólo se manifiesta a través de la espesura de la noche. No le valió la metáfora a mi amigo. Y me dijo:
La naturaleza por su fidelidad innata nunca nos revela la malicia de la que carece. Es el hombre, su gestión política, con su quehacer social, somos nosotros los que podemos acabar con el hambre en Somalia, la guerra de Yugoslavia, la tiranía de América. Nunca las desgracias de uno debieran justificar las dichas de otros.
Recuerdo que le insistí que cuando la solución de los problemas no pasa por nosotros, deberíamos cavar en nuestro interior, recomponer armónicamente las piezas desavenidas que desordenadamente alteran su composición, y así una vez encajadas, ofrecerlas generosa y con transparencia a los que nos rodean, sin pretensión alguna, sino desde la presencia amorosa de los que se conocen sinceramente. Me sentí juzgado por su silencio y por mi credulidad tan mal disimulada. Sólo después de estar callado unos minutos, comentó:
Existen huidas en retroceso, son las más comunes, pero otras retiradas ya sean para adelante o hacia dentro lo único que pretenden es justificar nuestra cobardía.
Cumplidor de la estricta dieta a la que los médicos le habían sometido, mi amigo, siempre a gala de buen comiente, se abstuvo del placer de las longanizas y morcillas que junto con las demás viandas que con esplendidez su mujer nos obsequió. Comprendí entonces su gravedad.

Llegó la hora de despedirnos. Me entregó un ramillete de campanillas blancas y unos cuantos higos. En tres o cuatro ocasiones recurrimos al protocolo de los adioses y de los abrazos. Ora nos despedíamos en el jardín, ora lo hacíamos al salir de casa, junto al coche... No nos dábamos por satisfechos en ningún momento. Por último en silencio me entregó un par de folios doblados.

Ha pasado de aquello ya más de veinticinco años. Y hoy, último miércoles de abril de 2018, reordenando papeles viejos, me encuentro con aquel texto de Bertrand Russel que mi amigo me diera en aquella visita. Vuelvo a releerlo.
Tres pasiones, sencillas pero abrumadoramente intensas, han regido mi vida: el anhelo de amor, la búsqueda del conocimiento y una compasión insoportables por los sufrimientos de la humanidad….

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