sábado, 28 de abril de 2018

La resurrección de la carne





Después de leer Versos Envenenados caigo en la cuenta del poder de la muerte como fuente de sexualidad y erotismo. Es verdad que ya antes había oído yo hablar del beso dulce de la muerte, esa novia enamorada que fagocita a su amante con eternos destellos de plata. Pero sólo hasta aquí llegaba mi comprensión poética de la Parca. Y vino a mi memoria el dardo de oro largo de Sta. Teresa:
Era tan grande el dolor, que me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me pone este grandísimo dolor que no hay desear que se quite, ni se contenta el alma con menos que Dios.
Mi mente mojigata era incapaz de concebir lo contrario, es decir: la victoria de Eros sobre Zánatos. Nunca había visto yo que la Muerte amante fuese devorada por el objeto mortal de su deseo. Le salió a la muerte el tiro por la culata. Isco, el cazador cazado.

Y me pregunté con Saulo el de Tarso: 
¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? 
Y, (al margen del placer sádico e incongruente que pudiera conllevar el dolor máximo de una muerte que no es la nuestra), me alegré en cierto modo que por fin cambiasen las tornas. Y vi al orgasmo alzarse sobre la indestructible muerte. Dioniso por fin coronado. La resurrección de la carne stricto sensu.

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