martes, 13 de marzo de 2018

No todo es ciencia



Recuerdo aquel día que allá por las postrimerías del siglo pasado fui a comprar mi primer ordenador.

En tecnología impera también el binomio cuerpo-mente. El programa, la idea, el cerebro de la computadora recibe un nombre, mientras que el chasis, la carrocería se llama de otra manera. El uno sin el otro son nada. Ambos se necesitan como en el barro el agua y la arena. La sensación que el elemento invisible es el más relevante es pura apariencia. Aquello que para nuestros sentidos no tiene forma parece como si fuese lo más importante. La invisibilidad de la esencia necesita de la corporeidad tangible para darse a conocer. Lo accidental se convierte a veces en sustancial. Lo más lógico sería que hechos trascendentales se debieran a causas o principios también trascendentales. Pero la configuración de la realidad es tan sorprendente y caprichosa que motivos insignificantes dan lugar a obras de gran envergadura. Y así la inesperada casualidad o simple encuentro de dos personas cuaja en pareja, reacción que supera las fortuitas formalidades que hicieron posible su amor. El efecto y la causa, siendo éstos de índole a veces tan dispar, entre ellos existe una complicidad interna, que al margen de su potencialidad y naturaleza, determinan realidades que superan mi comprensión, me maravillan.

Y siguiendo con el paralelismo entre mente y cuerpo, software y hardware, carrocería y alma, me atrevería a decir que tanto lo que se mueve y no se mueve, lo que brilla y no brilla, lo continuo y lo discontinuo, lo real y lo aparente, lo tangible y lo intangible, lo determinado y no determinado, todo lo que tiene vida bajo el sol posee una parte en común con el resto de las realidades de la que forman parte. Yo con el agua, el agua con la piedra, la planta con el mar, el mar con el aire, el aire con la arena, la arena con el fuego, el fuego con la mente, la mente con la conciencia. De aquí a proclamar la hermandad universal y cósmica sólo hay un paso. No todo es ciencia. Ciencia sin conciencia no es más que ruina del alma. (Rabelais)

No debería ser yo tan ingenuo y atribuir sólo a los elementos invisibles los honores de la obra llevada a buen término. Sería injusto por mi parte reconocer el éxito de la fabricación final sólo a los elementos visibles. Tampoco se trata de repartir proporcionalmente en equitativa distribución los aplausos según el índice de participación de cada uno de ellos en la tarea. La relación entre ellos no es gradual, ni sumativa, es simplemente concurrente.

La termita, la oruga o la estrella no tienen celos de la flor ni del agua. Sólo los humanos con nuestra manía de buscar las cuatro patas al gato nos rebelamos contra la armonía misteriosa que configura la realidad que nos congratula, configura y circunda.

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