Cierto poeta aligerado fue un día a solazarse en Los arenales del sol. No todo en la vida es poesía, simbolismo y suerte. El dante aligerado desconocía aquel trozo de playa, cerca de Alicante. Allí se lanzó como un verso suelto sobre las páginas en blanco de un mar espinoso y nada inspirado. Las olas, al ver al vate tan dispuesto y fornido en cánticas y alegorías, corrieron saltarinas hacia él queriéndole darle un abrazo sonado y fundido de cuartetos encadenados. Y el poeta aquel, tímido y cegato como casi todos los poetas, al querer librarse de aquel idílico acoso inesperado, fue a estrellarse contra las invisibles rocas de un acantilado. Se agarró como pudo a sus artes de nadar poco avispadas. Gracias a las Musas y a Virgilio, el vigilante de la playa aquella, pudo salir a flote. Luego ya, extenuado sobre la camilla de la arena, descubrió su rodilla amoratada y toda ella ferita gravemente. Miró hacia arriba y descubrió en lo alto de unas escalerillas empinadas una gran bandiera rossa. Ya se lo decía su madre de pequeño a este vate descuidado: Bambino, has de mirar bien para todos los lados antes de cruzar la strada.
Y para dejar constancia de este incidente, aquí traigo estos endecasílabos que mi amigo el dante aligerado me pasó un día en que los dos fuimos a bañarnos cerca de unos zarzos donde él ponía a secar como pimientos la zambullida de sus poemas mojados.
Poetas embebidos de ambrosía
dijeron cosas bellas a la mar,
no creo que mis versos y osadía
consigan con sus tropos amainar.
El mar como el paisaje y la azohía
a todos de su gusto sabe dar.
En cambio para todos su manjar
no toca parecida melodía.
Por eso yo me atrevo en esta playa
decirle tonterías a la mar,
pues sé que como estas tan modestas
ninguna antología las tendrá.
Su manto deshilachado de paz
golpea en el hueso de mis piernas.
¡Por poco a mí que poco sé nadar
me fríe enterito en agua sal!
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